Jerseys, o el fantasma de las niñas (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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Pronto ocurrió algo que obró dicho efecto.
Llegó abril, y crecieron campanillas y azafranes en los carteros del jardín. Madame pudo sentarse junto a su ventana, como un lirón que despierta de su sueño invernal, y mucho le ex­trañaron las caras sonrosadas que le sonreían al saludarla, los pasos vivaces que se oían por toda la casa, y el asombroso espectáculo de sus damitas correteando por el prado como si les gustara. Nadie supo cómo la reconcilió la señorita Orne con tan nuevo estilo de comportamiento, pero el caso es que no se quejó; se limitó a sacudir su imponente cofia cuando las niñas llegaban, ra­diantes, a visitarla y conversar muy contentas acerca de sus asuntos. Ahora parecían interesarse de veras por sus estudios y ser muy felices, y todas tenían tan buen aspecto, que la sabia anciana se dijo: "Para las mujeres, la apariencia es todo, y yo nunca pude presentar un ramillete de flores como el de este año... Ya que todo anda bien, lo dejaré así, y si hay algún error, la querida Anna es bastante fuerte como para cargar con él".
Todo se hallaba en tan promisorio estado, y todas se preparaban con afán para la fiesta de Mayo, durante la cual se graduarían las muchachas de esa clase, cuando tuvieron lugar los mis­teriosos sucesos a que hicimos referencia.
Una noche estaban las jovencitas reunidas alrededor de la mesa, discutiendo, con el profundo interés que corresponde a tema tan importante, que se pondrían para el día del examen.
Nelly, tomando la iniciativa como de costumbre en cuestiones de gusto, declaró:
-Yo opino que los jerseys de seda blanca, con
faldas rosadas o azules, quedarían magníficos, tan bonitos y apropiados para el Club J. J., y tan útiles para nuestros ejercicios. La señorita Orne quiere que demostremos lo bien que actuamos juntas, y nosotras, por supuesto, deseamos complacerla.
-Por supuesto -gritaron las demás, con un entusiasmo que demostraba hasta qué punto la nueva amiga había conquistado sus corazones.
-Jamás habría creído que en seis meses, nuestra silueta y sentimientos podían experimentar semejante cambio -agregó Maud, contemplando su cintura con serena satisfacción, pese a que ya no era delgada, sino en perfecta proporción con el resto de su juvenil figura.
-Tuve que ensanchar todos los vestidos, y por suerte me voy a casa, porque si sigo así, ya no quedaría decente -declaró Julia, antes de aspirar profundamente, orgullosa de su pecho ancho, ampliado por el ejercicio y las ropas sueltas.

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