Jerseys, o el fantasma de las niñas (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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Miré y miré, luego la llamé en voz baja, pero no contestó nada y súbitamente desapareció.
-¿Y qué hiciste tú? -preguntó Cordy con voz apagada por el cojín que cubría su cabeza.
-Entré, tomé mi lámpara y subí a la cúpula... No había señales de nadie; todo estaba cerrado y el piso cubierto de polvo, porque ya no entramos más allí, como ustedes saben. Aunque aquello no me agradó, me dije: "Sally, vete a la cama; es una ilusión óptica y te la mereces por no tener en cuenta los reglamentos". Esa fue la primera vez...
-¡Dios del cielo! ¿Volviste a verlo? -exclamó Maud, asiéndose del fuerte brazo de Julia en busca de protección.
-Sí ... a medianoche, en la bolera -susurró Sally.
-Kit, haz el favor de cerrar la puerta y deja de sujetarme así, que me asustas -dijo Nelly, mirando nerviosamente por sobre su hombro.
-Anoche, cuando me levanté para cerrar la ventana, observé una luz en la bolera; una luz tenue, aunque bastaba para ver la misma silueta blanca que subía y bajaba, con el velo, como an­tes. Confieso que entonces me puse nerviosa, pues, como saben, existe una historia según la cual, en época antigua el hombre que vivía aquí no permitió que su hija se casara con su amado, de manera que ella languideció y murió diciendo que perseguiría a su cruel padre, y lo hizo. La anciana señora Foster me lo contó cuando llegué, pero Madame me pidió que no lo repitiera, por eso no lo hice nunca. No creo en fantasmas, pero ¿qué puede ser eso que merodea de manera tan ridícula?
Sally habló con nerviosidad y se mostró excitada, pues, a pesar de su valor y sentido común, estaba preocupada a causa de la aparición.
-¿Cuánto tiempo se quedó? -quiso saber Julia, abrazando a Maud, que estaba temblorosa y pálida.
-Según mi reloj, por lo menos quince minutos. Después desapareció con luz y todo, tan súbitamente como antes. Esa vez no fui en su busca, pero si lo vuelvo a ver, lo seguiré hasta descubrir qué es. ¿Quién quiere ir conmigo?
Nadie se ofreció. Cordy se asomó el tiempo suficiente para implorar:
-Díselo a la señorita Orne, o avisa a la policía.
Dicho esto, volvió a ocultarse como un avestruz con la cabeza en la arena.
-¡No quiero ! La señorita Orne me creería tonta, y la policía no arresta fantasmas.

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