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Así transcurrieron tres o cuatro días, sin que aparecieran señales del fantasma. Las más audaces se burlaban abiertamente de la falsa alarma, y las más timoratas comenzaron a recobrarse del susto.
Sally y Julia quedaban un poco tontas al contestar, una mañana tras otra : "Sin novedad", ante las preguntas que iban perdiendo con celeridad esa ansiedad que tanto las halagaba.
-Lo soñaste, Sally... Vete a dormir y no lo hagas más -dijo Nelly al quinto día. cuando visitó a sus amigas y las halló bostezando y malhumoradas por la falta de sueño.
-El exceso de ejercicio le produjo un estado morboso -rió Maud.
-Lo único que pediría es que no me asuste por nada -rezongó Cordy-. Antes dormía como un lirón, y ahora sueño espantosamente y me levanto fatigada. Vamos, Kit, deja que los fantasmas se lleven a estas niñas tontas. -Saludos a la Mujer de Blanco... cuando la vean, querida -agregó Kitty, mientras las cuatro se alejaban para reírse, aunque cerraron con cuidado las puertas y miraron por la ventana antes de acostarse.
Julia, al echarse para dormir un poco antes de medianoche, sugirió:
-Tanto da que abandonemos esto y descansemos bien ... Yo estoy agotada, y tú también, aunque no lo admitas.
-Pues yo no cederé hasta quedar convencida... Duerme tú que yo leeré un rato y te llamaré si sucede algo -repuso Sally, decidida a probar la verdad de su relato aunque se viera obligada a esperar el verano entero.
Julia no tardó en dormirse, y la solitaria vigía se quedó leyendo hasta más de las once. Luego apagó la luz y fue a dar una vuelta por el techo plano de la galería que circundaba la casa, pues la noche era agradable con la compañía de las estrellas. Cuando se volvía dispuesta a regresar, su mirada aguda captó algo que se movía como antes en lo alto de la casa, y pronto apareció la figura blanca que iba de un lado a otro contra la suave penumbra del cielo.
Tras una prolongada mirada, Sally se precipitó sobre Julia y la sacudió con violencia, diciéndole en un susurro excitado:
-¡Ven! Aquí está... ¡Pronto! Subamos a la cúpula, yo tengo la vela y a llave.
Arrastrada por la vehemencia de su amiga, Julia obedeció sin chistar, temblorosa, pero sin atreverse a resistir. Sin ruido, como dos sombras, las dos subieron por la escalera, y llegaron justo a tiempo para ver cómo el fantasma desaparecía por el borde del techo, como si se hubiera disuelto en el aire.