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mientras espumaba el caldo y agregaba pimienta y sal a manos llenas.
-No sé nada de palomas, salvo alimentarlas y mimarlas... No las comemos. Sé
preparar platos sencillos y toda clase de pan . . .. ¿Vendría bien un bizcochuelo o una
torta de té?
Tan complacida estaba Patty ante la idea de contribuir al festín, que Edith no se
atrevió a indicarle que un bizcochuelo caliente o una torta de té no eran lo más
adecuado para una merienda en la ciudad. Aceptó la oferta, y Patty puso manos a la
obra con tal habilidad, que cuando las palomas quedaron listas, había preparado ya
dos cacerolas llenas de deliciosos bizcochitos. Los envolvió en una linda servilleta,
listos ya para llevarlos en una bandeja de porcelana con un ramillete de rosas pintado..
Pese a todo el condimento, el olor y sabor a quemado persistían alrededor del plato
de Edith. Sin embargo, esperando que nadie lo advirtiera, se vistió de prisa, dio a
Patty un toque aquí y allá, y ambas partieron a la hora fijada para la merienda en casa
de Augusta.
Seis niñas pertenecían a esta clase, y la regla era que cada una debía traer su
contribución y depositarla sobre la mesa tendida para recibirlas; luego, una vez que la
cantidad quedaba completa, se levantaban las tapas, los platos eran examinados y
consumidos (si era posible) y al fin se pronunciaba el veredicto-y se otorgaba el
premio al mejor. La muchacha en cuya casa se ofrecía la merienda, proveía el premio,
que solía ser tan bonito como valioso.
En esta ocasión, un espléndido ramo de rosas Jacqueminot, en un hermoso jarrón,
ornamentaba el centro de la mesa, atrayendo las miradas admiradas de las siete
muchachas reunidas a su alrededor luego de depositar sus platos.
Patty, que recibió una amable bienvenida, no tardó en olvidar su timidez,
maravillada ante los bellos vestidos, los modales agraciados y los interesantes chismes
de las jovencitas. Formaban un grupo muy agradable, ataviadas todas con el uniforme