Los Muchachos de Jo (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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-Y sacó de un paquete de papel de seda unas cosas vaporosas que, puestas sobre la cabeza de Meg, parecían nidos de copos de nieve -. No pude hallar nada lo suficientemente elegante para tía Amy, pues ya tiene todo lo que necesita -siguió diciendo Emil-; por eso le traje esta miniatura que se parece a Bess cuando era un bebé. -Y le entregó un medallón de marfil que tenía pintada una "madonna" de cabellos dorados, teniendo sobre el manto azul de su regazo una criatura rosada.
-¡Qué maravilla! -gritó todo el mundo. Y tía Amy en seguida se la puso al cuello, colgando de la cinta azul que llevaba Bess en el pelo, encantada con el obsequio, pues le recordaba los tiempos más felices de su vida.
-Ahora les diré que me alabo de haber encontrado justamente lo que necesitaba para Nan; es un objeto bien definido aunque no vistoso, una especie de adorno muy apropiado para un médico -dijo Emil mientras extraía un par de pendientes para orejas hechos en lava y que
figuraban una calavera.
-¡Qué horror! -exclamó Bess, que aborrecía las cosas desagradables.
-¡Pero si Nan jamás quiso usar pendientes! -comentó Josie.
-No importa, se divertirá pinchándote a ti las orejas con ellos. Ya sabes que nunca es tan feliz como cuando puede torturar a sus semejantes con un instrumento de cirugía -respondió Emil, imperturbable-. Para ustedes, muchachos -continuó-, tengo el botín en el baúl; pero sabía que no tendría paz hasta que no hubiera desembarcado el cargamento para las mujeres. Ahora, cuéntenme todas las noticias.
Y sentado sobre la chapa de mármol de la mejor mesa de Amy, el marinero habló a razón de diez nudos por hora, hasta que la tía Jo condujo a todos al gran té familiar preparado en honor del "comodoro".

CAPITULO III
LOS ULTIMOS APUROS DE TIA JO

Muchas y variadas fueron las sorpresas que la familia March había experimentado en el transcurso de su vida; pero la mayor, la que podemos llamar colosal, fue la que les proporcionó el Ugly Ducklling (la fea anadeja), que resultó no un cisne, sino una oca de oro, cuyos huevos literarios encontraron un mercado tan inesperado, que los sueños que en diez años de trabajo salvaje había venido acariciando Jo habían resultado realidad positiva. Ella misma no sabía explicarse, ni llegó a explicárselo nunca, cómo se operó este milagro; pero lo cierto es que de la noche a la mañana se encontró con que era una mujer célebre, y lo mejor todavía, se vio con el bolsillo bien repleto de dinero, que la sacaba de aprietos y le permitía asegurar el porvenir de sus muchachos.

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