Las Mujercitas se casan (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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Pero habiendo soltado la rienda a su viva fantasía, ésta se puso a galopar con ella a gran velocidad; además, su sentido común se había debilitado por su larga concomitancia con el romance por la serie de ellos que había escrito, y esta vez le falló y no vino a salvarla. Como de costumbre, Beth estaba recostada en el sofá, y Laurie, sentado en una silla baja, la divertía con toda suerte de chísmografías. Pero esa noche Jo se imaginó que la mirada de Beth se detenía con especial placer en el moreno y animado rostro del muchacho y que escuchaba con intenso interés el relato de un partido de criquet, aunque la mayoría de la jerga del juego le era tan inteligible a Beth como el sánscrito. Se imaginó además que veía un aumento de gentileza en la actitud de Laurie hacia Beth, que bajaba de cuando en cuando la voz y que se reía menos que de costumbre, que estaba algo distraído y que extendía la manta sobre los pies de Beth con una asiduidad rayana en la ternura.
-¿Quién sabe? -se decía-. Cosas más extrañas se han visto... -Y mientras se ajetreaba en su cuarto pensaba: "Ella hará de él un ángel y él hará la vida deliciosamente fácil y agradable para la pobre querida. Sólo hace falta que se quieran. Y por lo que a Lauríe concierne, no sé cómo podría escaparse de querer a ese encanto... y creo que la querría... si todos los demás desapareciéramos de la escena..."
Como todo el mundo estaba fuera de la escena, excepto ella, Jo empezó a pensar que tenía que desaparecer con toda velocidad. Pero ¿adónde ir? Ardiendo en deseos de sacrificase en el altar de la devoción fraternal, se sentó inmediatamente a resolver ese punto.
No olvidemos que el viejo sofá era como el patriarca de todos los sofás: Todas lo amaban porque era el refugio de la familia, y un rincón era el lugar preferido por Jo para recostarse. Entre los muchos almohadones que adornaban el venerable canapé había uno, redondo, duro, cubierto de crin llena de púas; este almohadón horrible era propiedad especial de Jo, que lo usaba de arma de defensa, barricada, o como severo preventivo de un sueño demasiado largo.
Laurie conocía muy bien aquel almohadón y tenía motivos para mirarlo con aversión profunda, habiendo sido golpeado sin la más mínima piedad con él cuando aún le eran permitidas las jugarretas, y ahora, encontrándose a menudo impedido por el mismo adminículo de ocupar el asiento que más codiciaba, al lado de Jo, en el rincón del sofá.

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