Las Mujercitas se casan (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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arreglaban los sombreros delante del espejo del "hall", y oí que uno le decía al otro en, voz
baja:
-¿Quién es la nueva?
-Gobernanta, o algo por el estilo.
-¿Por qué diablos come entonces en nuestra mesa?
-Amiga de la vieja.
-Hermosa cabeza, pero ninguna elegancia.
-Ni un poquito. Vamos, dame fuego y salgamos.
Jueves
Ayer fue un día tranquilo, transcurrido entre clases, costura y escribir en mi cuartito, que está muy confortable con luz abundante y un buen fuego. Me enteré de algunos pormenores y ¡fui presentada al profesor! Parece que Tina es la hijita de la fancesa que hace el planchado fino aquí en el lavadero. La criaturita se ha enamorado del señor Bhaer y lo persigue por la casa como un perrito, lo cual le encanta a él porque es muy amigo de los chicos aunque "soltiero". Kitty y Minny Kirke también lo quieren mucho y tienen bastante que contar de los teatros que les inventia los regalos que les trae y los espléndidos cuentos que les relata. Parece que los jóvenes de la pensión lo toman a broma llamándole Viejo Fritz, Cerveza y Osa Mayor, haciendo toda clase de chistes a propósito de su nombre1. Pero él se divierte con eso como un chico, según la señora Kirke, y toma la broma con tanta bondad que todos lo quieren a pesar de sus modos y expresiones raros, de extranjero.
La solterona se llama Norton: es rica, culta y amable. Me habló durante la comida (pues hoy volví a bajar porque me divierte mucho observar a la gente) y me invitó a su cuarto. Tiene libros y cuadros preciosos, conoce a gente muy interesante y parece propensa a la amistad, así que me le voy a hacer agradable porque a mí también me gusta tratarme con la buena sociedad.
Ayer por la noche estaba en la sala cuando entró él señor Bhaer con algunos periódicos para la señora Kirke. Como ella no estaba, Minny me presentó con mucha elegancia:
-Ésta es la amiga de mamá, la señorita March.
-Sí, y es muy alegre y nos gusta a rabiar -agregó Kitty, que es un enfant terrible.
Ambos hicimos una reverencia y luego nos reímos, pues la presentación etiquetera y el confianzudo agregado hacían un contraste bastante cómico.
-Ah, sí, ya sé que estas pícaras la hostigan a usted, señorita Marsh.

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