Las Mujercitas se casan (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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-Yo quería ahorrarte este momento... Creí que comprenderías... -comenzó Jo, encontrando el trance aún más arduo de lo que lo había imaginado.
-Ya sé... me daba cuenta, pero las chicas son tan raras que uno nunca sabe realmente qué es lo que quieren. ¡Cuántas veces dicen "No", cuando en realidad significan "Sí", y son capaces de sacar a un hombre de quicio únicamente por divertirse -replicó Laurie, atrincherándose detrás de un hecho a todas luces innegable.
-Yo no. Nunca quise que me quisieras de esta manera, y si me marché a Nueva York fue sólo para evitártelo si en mi mano estaba.
-Ya me pareció que era así... Era exactamente "tuyo" ese proceder, pero de nada te valió, porque te quise más que nunca, y si trabajé tanto fue sólo por complacerte. Renuncié al billar y a todo lo que a ti no te gustaba, y te aguardé sin quejarme, porque esperaba que llegases a quererme, aunque sé muy bien que no te merezco -aquí se le quebró la voz sin que pudiese
5 Marcha popular norteamericana.

evitarlo, de modo, que se calló la boca y se puso a cortar margaritas del campo mientras se componía la "maldita garganta".
-Eso no, Laurie, no lo digas. ¡Ya lo creo que me mereces! Eres demasiado para mí, y te estoy agradecida por quererme y orgullosa de ti, ¡y te quiero muchísimo! ... No puedo explicarme por qué no me es posible amarte del modo a que tú aspiras. Dios sabe que, lo he intentado, pero es inútil, no puedo cambiar mis sentimientos, y sería una mentira que te dijera sí.
-¿De verdad, de verdad, Jo?
Laurie se detuvo y le tomó las dos manos al hacerle aquella pregunta con una mirada que la muchacha no iba a olvidar por mucho tiempo.
-De veras, de veras, querido.
Estaban ahora en el bosquecillo, cerca de la verja, y cuando Jo dijo aquellas palabras como a pesar suyo, Laurie bajó los brazos y se volvió para marcharse.
-¡Oh, Teddy, que pena! No sabes lo desesperada que estoy de darte este disgusto. Créeme que hasta me mataría si eso remediase algo. ¡Por favor, querido, no te pongas así! Yo no puedo evitarlo... Ya sabes que es imposible obligarse a querer a otro -vociferaba Jo llena de compasión, palmeándole el hombro y recordando las veces que él la había consolado a ella.

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