Las Mujercitas se casan (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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-A veces se consigue -contestó una voz ahogada.
-No creo que se logre el cariño verdadero en esa forma forzada -fue la respuesta decidida de Jo.
Hubo entonces una larga pausa. Un mirlo cantó alegre en el sauce junto al río y los juncos susurraban al viento. Al rato, sentándose en el escalón de la verja, le dijo muy seria:
-Te quiero decir algo, Laurie.
El muchacho se sobresaltó como si le hubiesen pegado un tiro, levantó la cabeza y gritó feroz:
-No me lo digas, Jo. No me cuentes eso ahora; no podría soportarlo.
-¿Decirte qué? -preguntó ella anonadada ante su violencia.
-Que quieres a ese viejo.
-¿Qué viejo? -demandó Jo, creyendo que Laurie se refería a su abuelo.
-Ese profesor del diablo del que te pasabas la vida escribiendo. Si me dices que lo quieres a él, sé que voy a hacer algo desesperado... -Y tenía todo el aire de cumplir su palabra, cerrando los puños con una chispa de rabia en los ojos.
Jo tuvo ganas de reírse, pero se contuvo y dijo muy acalorada, pues ella también se estaba enojando con todo aquello:
-No jures, Teddy, y no maldigas... El señor Bhaer no es viejo ni malo, sino bueno y amable y el mejor amigo que tengo después de ti. Por favor, querido, no te agarres una rabieta. Quiero ser buena contigo, pero sé que me voy a enojar si insultas a mi profesor. Ni siquiera se me ha ocurrido amarlo a él ni a ningún otro...
-Pero ya verás como te pasa eso de aquí a un tiempo, y entonces ¿qué voy a hacer yo?
-También querrás a alguna otra, como chico razonable que eres... Y te olvidarás de todo esto.
-Yo no puedo querer a nadie más. Nunca te olvidaré, Jo, nunca, nunca... -dijo entonces dando una patada en el suelo para dar énfasis a sus palabras apasionadas.
"¿Qué voy a hacer con él?", suspiró Jo, encontrando que las emociones eran más difíciles de manejar que lo que ella esperaba. Luego continuó:
-Todavía no has oído lo que quería decirte. Siéntate y escucha, porque es bien cierto que yo quiero portarme bien contigo y hacerte feliz -dijo entonces.
Viendo un rayo de esperanza en la última frase de Jo, Laurie se echó a los pies de la chica, mirándola con rostro esperanzado.

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