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En este momento Laurie sentía el corazón roto y pensaba que el mundo no era más que un desierto poblado de aullidos... Pero al oír ciertas palabras que el anciano había dejado deslizar astutamente en su última frase, el corazón destrozado dio de pronto un salto y en el desierto aullante aparecieron de pronto unos oasis verdes...
Con un suspiro, y un tono apático, respondió:
-Como tú quieras, abuelo. Por mí, me da lo mismo.
-Pero a mí sí me importa, hijo mío, recuerda eso. Te voy a dar completa libertad, pero confío en que harás buen uso de ella. Prométeme eso, Laurie.
-Lo que tú quieras, abuelo.
"Muy bien -pensó el anciano-. Ahora no le cías importancia, pero un día esta promesa que ahora me haces con tanta apatía te va a preservar de todo daño, o mucho me equivoco."
Como era un individuo enérgico, el señor Laurence machacó sobre hierro caliente, y antes de que el espíritu ahora agotado recuperase bríos suficientes como para rebelarse, ya se había marchado. Durante el tiempo que duraron los preparativos, Laurie se comportó como es habitual en los jóvenes que se encuentran en su caso. Se mostró caviloso, irritable y melancólico por turno, perdió el apetito, descuidó la indumentaria y dedicaba mucho tiempo a tocar el piano de manera tempestuosa. A Jo la evitaba, consolándose con quedarse mirándola desde su ventana, con una cara trágica que luego atormentaba a la pobre Jo en sueños y la oprimía durante el día con gran sentido de culpabilidad. A diferencia de otros mártires parecidos, Laurie nunca hablaba de su pasión no correspondida y no permitía que nadie -ni siquiera la señora March- tratase de consolarlo ni le ofreciese compasión. Todo el mundo se alegró muchísimo de "que el pobre y querido muchacho se marchase a olvidar su aflicción y regresase feliz". Naturalmente que él sonrió sombríamente ante tal error, pero lo dejó pasar, con la triste superioridad de quien sabe que su fidelidad, igual que su amor, son inalterables.
Cuando llegó el momento de la despedida, el muchacho afectó estar alegre para ocultar ciertas emociones Sumamente inconvenientes que parecían querer imponerse. Aquella falsa alegría no engañó a nadie, pero todos trataron de fingir que la creían por cariño al muchacho. Jo lo siguió hasta la calle, para agitar la mano como despedida final en caso de que Laurie se diese vuelta.