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-Pareces la "Mujer pintada por ella misma", de Balzac -le dijo abanicándola con una mano y sosteniendo la taza de café en la otra.
-¿Cómo se llama esto? -le preguntó después tocando un pliegue de su vestido que se había corrido sobre la rodilla de él.
-Ilusión.
-Es un buen nombre para un material tan bonito. Es algo nuevo, ¿no?
-Viejo como las montañas, lo has visto llevar a montones de chicas y sólo ahora te fijas que es bonito, ¡tonto!
-Es que nunca lo había visto llevado por ti, lo que explica la distracción...
-Nada de esas cosas están prohibidas. En este momento prefiero tomar café que oír cumplidos, y hazme el favor de no repatingarte de ese modo porque me pones nerviosa.
Laurie se incorporó de golpe y muy humildecito le tomó a Amy el plato vacío, sintiendo una especie de placer raro en que "la pequeña" le diese órdenes, pues ahora ella había perdido toda timidez y sentía un deseo irresistible de "pisotearlo", como las chicas saben hacer deliciosamente con todo masculino que les muestre el más mínimo signo de sujeción.
-¿Dónde has aprendido todas estas cosas? -preguntó Laurie al fin con una mirada críticoinquisitiva.
-Como "todas estas cosas" es una expresión algo vaga, ¿quieres hacer el favor de explicarte? -replicó Amy, sabiendo perfectamente lo que él quería decir pero dejándolo, con toda picardía, que describiese lo indescriptible.
-Bueno... quiero decir el aire... el estilo, la seguridad de sí mismo... ¿qué sé yo? ... la ilusión... tú lo sabes mejor que yo -dijo Laurie rompiendo a reír y ayudándose a salir del paso con aquella palabra nueva.
Amy se puso alegre con la contestación, pero naturalmente que no se lo hizo saber al muchacho y respondió muy modosita:
-La vida en el extranjero la pule a una a pesar de sí misma. No te olvides que, además de divertirme, estudio... Y en cuanto a esto -e indicó con un gesto el vestido-, el tul es barato, las flores se consiguen por cualquier parte por nada y estoy muy acostumbrada a sacar partido de mis pobres cositas.
Amy se arrepintió un poco de esta última frase, por temor de que no fuese del mejor gusto, pero a Laurie no le disgustó; al contrario, admiró y respetó a la muchacha por la paciencia y coraje que le permitía aprovechar al máximo sus oportunidades y su espíritu animoso, que sabía cubrir con flores la pobreza.