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Cuando salía por la mañana, el pobre hombre se veía confundido con encargos variados para la mamá cautiva, y si llegaba alegre a su casa por la noche, ansioso de abrazar a su familia, su entusiasmo era apagado por un: Sh... Recién se duermen después de "darme baile todo el día". Cuando proponía alguna diversión en casa, la respuesta invariable era: "No, porque molestará a los nenes". Si sugería asistir a un concierto o una conferencia, la respuesta inavariable era: "¿Dejar a mis hijos por divertirme? ¡Eso nunca!" El sueño de Juan era interrumpido a menudo por llantos infantiles y por visiones de un fantasma blanco paseando en silencio en la vigilia de la madrugada; sus comidas eran a menudo interrumpidas por la huida repentina del genio doméstico que presidía la mesa, quien lo abandonaba a medio servir en cuanto llegaba a oírse el menor pipío ahogado proveniente del nido de arriba. Y cuando el pobre hombre leía el diario por la noche, las noticias de navegación se mezclaban con el cólico de Demi y las cotizaciones de bolsa con la caída de Daisy, pues a la señora de Brooke no le interesaban por el momento otras noticias que las domésticas.
¡Pobre Juan Brooke! Se sentía incómodo en el propio hogar, pues los hijos lo habían despojado de su mujer, el hogar estaba convertido en una "nursery" y el perpetuo "¡Sh... Sh... Sh!..." le hacía sentirse un intruso sin corazón en cuanto se aventuraba a entrar en los sagrados recintos de bebelandia. Juan aguantó con paciencia durante seis meses, y cuando no aparecieron señales de enmienda el hombre hizo lo que muchos otros exiliados domésticos: trató de buscar consuelo en otra parte. Su amigo Scott se había casado e instalado su casa no lejos de la suya y John tomó la costumbre de correrse hasta allí por las noches durante un par de horas, precisamente cuando su propia sala permanecía vacía y su propia esposa cantaba arrorroes que no parecían tener fin. La señora de Scott era una linda muchacha llena de vida que no tenía otra cosa que hacer que mostrarse agradable, y cumplía con mucho éxito su misión. La sala de los Scott estaba siempre iluminada y acogedora; el tablero de ajedrez preparado, el piano bien afinado, abundante la chismografía, alegre y sin malignidad, y la cenita preparada presentada en forma tentadora.
Juan hubiese preferido su propio hogar y su propia chimenea si ambos no hubiesen estado tan solitarios, pero en esas circunstancias ¿qué podía hace el pobre individuo sino conformarse con la aproximación y disfrutar de la sociedad de sus vecinos? Al principio Meg había aprobado y agradecido ese nuevo orden de cosas y encontraba alivio en que John lo pasase bien en lugar de dormitar en la sala o caminar pesadamente por toda la casa despertando a los chicos.