Las Mujercitas se casan (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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.. Te hará muchísimo bien, y por mi parte me gustará a mí la mar. ¿Qué es lo que te hizo pensar en estas cosas, madrecita?
-Tuve una conversación con mamá el otro día. Le conté lo nerviosa y malhumorada que estaba últimamente y ella opinó que necesito un cambio y menos preocupaciones, así que Ana me va a ayudar a cuidar los chicos y yo me voy a ocupar más de la casa y a divertirme un poco de cuando en cuando. Será sólo un experimento, Juan, y lo quiero tanto por ti como por mí, porque te he desatendido vergonzosamente este último tiempo y ahora voy a hacer de nuevo de nuestra casita el hogar que fue antes. No tienes inconvenientes, ¿verdad?
No importa lo que contestó Juan ni cómo el sombrerito se escapó de estropearse por completo. Todo lo que necesitamos saber es que Juan no pareció tener objeción alguna, a juzgar por los cambios que ocurrieron en la casa y sus habitantes. No se convirtió en un paraíso automáticamente, pero todo el mundo se benefició. Los chicos mejoraron mucho con el gobierno paternal mientras Meg recobraba su antiguo ánimo, componía los nervios con abundante ejercicio, alguna diversión y muchas conversaciones confidenciales con su inteligente marido. La casita fue de nuevo un hogar y Juan no tenía ya el menor deseo de salir, a menos de llevar a Meg consigo. Eran los Scott los que ahora venían a casa de los Brooke y todo el mundo encontraba alegría en la casita, llena de felicidad, contento y amor. Aun la mundana Sarita Moffat se encontraba bien allí.
-Esto está siempre tan tranquilo y tan agradable que me hace bien venir aquí, ¿sabes, Meg? -solía decir la elegante muchacha mirando a su alrededor con ojos melancólicos, como tratando de descubrir el secreto de aquel encanto a fin de utilizarlo en provecho propio en su enorme mansión llena de solitaria magnificencia, pues no había en ella ningún chiquito de cara risueña atravesando por ahí, y Eduardo, el marido, vivía en su mundo propio, donde no había lugar para ella.
No ha de creerse que esta felicidad hogareña fue lograda de repente ni toda a un tiempo, sino que Juan y Meg encontraron la clave y cada año de matrimonio les enseñó un nuevo modo de utilizarla. En ese mundo es donde debe transcurrir la vida de las mamás jóvenes, donde estarán seguras contra las ansiedades, inquietudes y frenesíes del mundo, encontrando leales amantes en los hijos e hijas pequeños que se apegan a ellas sin importárseles nada de la desgracia, la pobreza o la vejez y marchando, como aprendió a marchar Meg, al lado de ese amigo fiel que es el verdadero marido, segura de que el reino más feliz de una mujer es el hogar y su más alto honor el arte de manejarlo no como reina sino como sabia esposa y madre.

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