Fouché (Stefan Zweig) (Stefan Zweig) Libros Clásicos

Página 9 de 193

Jamás se colorea ese rostro con un rubor; este hombre tenaz, inauditamente duro para el trabajo, produce siempre el efecto de una persona cansada, enferma, convaleciente. Todos los que lo ven reciben la impresión de un hombre sin sangre ardiente, roja, pulsante. Y, efectivamente, también en lo psíquico pertenece a la raza de los flemáticos, de los temperamentos fríos. No conoce pasiones recias, avasalladoras; no lo tientan las mujeres, ni el juego; no bebe vino, no se deja llevar por el despilfarro, no mueve sus músculos, no vive más que en su estudio, entre documentos y papeles. Nunca se enoja de manera evidente, nunca vibra un nervio en su cara. Sólo para una leve sonrisa, cortés, mordaz, se contraen estos labios afilados, anémicos; bajo esa máscara gris, terrosa, aparentemente desmadejada, nunca se observa una verdadera tensión; bajo los párpados pesados los ojos nunca delatan su intención; ni revela sus pensamientos un solo gesto.
Esta sangre fría, imperturbable, constituye la verdadera fuerza de Fouché. Los nervios no lo dominan, los sentidos no lo seducen, toda su pasión se carga y se descarga detrás de su frente impenetrable. Deja jugar las fuerzas y acecha despierto las faltas de los demás. Espera pacientemente que se agote la pasión de los otros o que aparezca en ellos un momento de flaqueza para dar, entonces, el golpe inexorable. Esta superioridad de su paciencia sin nervios es terrible: el que puede esperar así y ocultarse, bien puede engañar hasta al más sagaz. Obedecerá tranquilamente, sin pestañear. Sonriente y helado, soportará las ofensas más duras, las más viles humillaciones: ninguna amenaza, ningún gesto de rabia conmoverá a este monstruo de la frialdad. Tanto Robespierre como Napoleón se estrellarán contra esta calma pétrea, como el agua contra la roca. Tres generaciones, toda una época, fluyen y refluyen en mareas apasionadas mientras él persiste insensible y glacial.
En esta imperturbable frialdad de su temperamento radica el verdadero genio de Fouché. Su cuerpo no le pone trabas, no le arrastra; está casi siempre al margen de todo. Su sangre, sus sentidos, su alma, todos estos elementos que perturban los sentimientos de un hombre normal, están ausentes en este enigmático "hasardeur", cuya pasión es íntegramente cerebral. Este seco personaje de escritorio ama viciosamente la aventura, la intriga es su única pasión; pero sólo la sabe gozar en la esfera del espíritu, y nada oculta mejor y más genialmente su lúgubre placer de lo caótico, del complot, que el disfraz de fiel y honesto burócrata que lleva toda la vida.

Página 9 de 193
 

Paginas:
Grupo de Paginas:           

Compartir:




Diccionario: