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Lo han humillado, le han quitado libertad, nombre y rango; pero todavía por su solo aliento, por su sangre heredada, es Rey, es el nieto de Luis XIV, y aunque ahora sólo se lo llame desdeñosamente Luis Capeto, sigue siendo un peligro para la joven República., Por eso la convención formula la pregunta de vida o muerte. Los indecisos, los cobardes, los cautos, las personas del carácter de Joseph Fouché habían esperado inútilmente poder escapar de emitir su juicio definitivo a través de una votación secreta. Robespierre exige terminantemente que cada representante de la nación francesa pronuncie su "sí" o "no", su Vida o Muerte, en medio de la Asamblea, para que sepa el pueblo y la posteridad el lugar que a cada uno corresponde: a la derecha o a la izquierda, en la bajamar o en la pleamar de la revolución.
Ya el 15 de enero Fouché ha definido con claridad su propósito. Pertenece a los girondinos, y el deseo de sus electores, netamente moderados, le obliga a pedir clemencia para el Rey. Pregunta a sus amigos, sobre todo a Condorcet, y ve que están todos dispuestos a evitar una medida tan irrevocable como la ejecución del Rey. Y como la mayoría está en contra de la sentencia, Fouché se pone, naturalmente, de su parte; la noche anterior, la del 15 de enero, lee a un amigo el discurso que piensa pronunciar para justificar su deseo de clemencia. Sentarse en los bancos de los moderados lo obliga a ser así.
Pero entre aquella noche del 15 de enero y la mañana del 16, transcurre una noche intranquila y agitada. Los radicales no han estado ociosos: han puesto en marcha la máquina de la rebelión en las masas que saben dominar tan magistralmente. En los arrabales, se escuchan los cañones del escándalo; las secciones llaman con sus tambores a la gente del pueblo; todos los batallones irregulares de la revuelta (a los que siempre recurren los terroristas invisibles, que los mueven para alcanzar por la fuerza decisiones políticas) se ponen en acción en pocas horas con un gesto del cervecero Santerre. Estos batallones de agitadores de barrio, de pescaderas y aventureros, son conocidos desde la gloriosa conquista de la Bastilla; se los conoce desde la hora vil de los asesinatos de setiembre. Cuando hay que romper el dique de las leyes, siempre se revuelve a la fuerza esta gigantesca ola del pueblo, que arrastra todo consigo, irresistible, incluso a los que ha hecho surgir de sus bajos fondos.