Fouché (Stefan Zweig) (Stefan Zweig) Libros Clásicos

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No les importará pasar sobre hileras interminables de tumbas de conspiradores para llegar, a través de ruinas, a la felicidad de la nación y a la renovación del mundo". Incluso el mismo día se confirma, criminalmente, este triste "valor" de los cañones de Brotteaux, y con un grupo de personas aún más numeroso. Esta vez son doscientas diez las víctimas que con las manos atadas a la espalda, quedan tendidas a los pocos minutos por el plomo de la metralla y por las descargas de la infantería. La operación es la misma que la primera vez, sólo que se facilita la incómoda tarea de los verdugos no obligándolos, después de la matanza, a ser además los sepultureros de sus víctimas. ¿Para qué abrir tumbas? Se les quitan los zapatos ensangrentados de sus pies rígidos y sencillamente los cadáveres desnudos se arrojan a las aguas agitadas del Ródano, que serán su tumba.
Pero pretende Fouché esconder este horror, cuyo vaho repugnante se extiende por todo el país, detrás de las palabras de un himno. Que el Ródano se envenene con estos cadáveres desnudos, le parece un acto político digno de alabanza, porque llegarán flotando a Tolón, y allí darán testimonio palpable de la venganza republicana inflexible y tremenda. "Es necesario -escribe- que los cadáveres ensangrentados que hemos arrojado al Ródano naveguen a lo largo de sus orillas y lleguen a su desembocadura en el infame Tolón, para que intensifiquen ante los ojos de los cobardes y crueles ingleses la impresión de horror y la sensación de poder del pueblo." En Lyon, queda claro, ya no es necesaria una intensificación tal, pues las ejecuciones y las matanzas suceden sin interrupción. Para celebrar la conquista de Tolón, que Fouché recibe con "lágrimas de alegría", arrastra a "doscientos rebeldes ante los cañones". Inútiles son todos los llamados a la clemencia. Dos mujeres, que habían implorado compasión para sus maridos ante el tribunal de sangre, son atadas al lado de la guillotina. Nadie puede llegar ni a las cercanías de la casa de los delegados para pedir moderación. Pero tanto como las detonaciones de los fusiles, se escuchan las palabras de los procónsules: "Si, nos atrevemos a decirlo, hemos vertido mucha sangre impura; pero únicamente por humanidad y por deber... No dejaremos el rayo que habéis puesto en nuestras manos hasta que no lo manifestéis por vuestra voluntad. Hasta entonces seguiremos, sin interrupción, la lucha contra nuestros enemigos de la manera más radical, terrible y rápida, hasta aniquilarlos.

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