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Califica a los amigos de Chalier de "anarquistas y rebeldes"; disuelve bruscamente una
o dos docenas de comités revolucionarios, y sucede algo muy extraordinario: los habitantes de Lyon, amedrentados, mortalmente asustados, ven de pronto en el héroe de las "mitraillades", en Fouché, a su salvador. Los revolucionarios de Lyon, en cambio, escriben, una tras otra, cartas enfurecidas en las que lo culpan de flojedad, de traición y de "opresión de los patriotas".
Estos cambios audaces, este pasarse osadamente, en pleno día, al campo contrario, estas fugas detrás del vencedor, son el secreto de Fouché en la lucha, de la que sólo de esta manera ha podido salir con vida. Ha hecho juego doble. Y si ahora lo acusan en París de benevolencia exagerada, puede señalar las mil tumbas y las fachadas demolidas de Lyon. Si lo acusan, en cambio, de sanguinario, puede apoyarse en las acusaciones de los jacobinos que lo culpan de su "moderación exagerada". Según sople el viento, puede sacar del bolsillo derecho una prueba de inflexibilidad y del izquierdo una prueba de humanidad; puede presentarse lo mismo como verdugo que como salvador de Lyon. Y en efecto, con este truco hábil de prestidigitador consigue, más tarde, echar toda la responsabilidad de las matanzas sobre su colega, más franco y más recto, sobre Collot d´Herbois. Pero no a todos consigue engañarlos así: inflexible, vela en París Robespierre, el enemigo que no le perdona haber suplantado a su amigo Couthon en Lyon. Desde la Convención, Robespierre había advertido la duplicidad de este hombre y asiste, incorruptible, a todas sus vueltas y cambios, aunque Fouché quiera agazaparse furtivamente ante la tempestad. Y la desconfianza tiene en Robespierre garras de hierro: nadie se libra. El 12 de Germinal logra que la Comisión de la Salud pública expida un decreto amenazante para Fouché, en el que se lo obliga a presentarse inmediatamente en París para justificar los acontecimientos de Lyon. El que durante tres meses sentenció cruelmente, tiene ahora que aparecer ante el tribunal.
Ante el tribunal ¿por qué? ¿Porque hizo degollar con saña durante tres meses a dos mil franceses, como colega de Carrier y de los otros verdugos colectivos? Pero aquí se pone en evidencia la genialidad de esta última maniobra, cínica y descarada, de Fouché: no, no tiene que justificarse por haber oprimido a la "société populaire" radical, ni por haber perseguido a los patriotas jacobinos.