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El "mitrailleur de Lyon", el verdugo de dos mil víctimas, está acusado -inolvidable farsa de la historia- de la falta más noble que conoce la humanidad: de piedad excesiva.
CAPÍTULO III
EL DUELO CON ROBESPIERRE (1794)
El 3 de abril se entera Joseph Fouché de que ha sido llamado a París por la Comisión de la Salud pública para justificarse, y el día 5 toma el coche de viaje. Dieciséis golpes sordos acompañan a la partida, dieciséis golpes de la guillotina que por última vez cumple con su siniestro objetivo. E incluso en el último momento se verifican, ese mismo día, dos ejecuciones más, hechas a toda prisa; dos, muy extrañas. Los dos rezagados de la gran matanza que tienen que "escupir sus cabezas a la cesta", según el dicho jovial de la época, son el verdugo de Lyon y su ayudante. Los mismos que por orden de la reacción guillotinaron a Chalier y a sus amigos, y que luego, por orden de la revolución, guillotinaron fríamente a los reaccionarios por centenares, también caen al cabo bajo la cuchilla. ¿Qué clase de crimen se les atribuye? No se adivina ni con la mejor voluntad. Probablemente, son sacrificados únicamente para que no cuenten más de lo indispensable a los sucesores de Fouché y a la posteridad: saben demasiadas cosas sobre Lyon. Y nadie sabe callar como los muertos.
El carruaje empieza a andar. Fouché tiene bastante en qué pensar durante el viaje a París. Pero debió consolarse: todavía no había perdido nada. Le quedaba más de un amigo influyente en la Convención y quizá consiguiera tener a raya a Robespierre, el terrible contrincante. Pero ¿cómo podría sospechar Fouché que en esta hora predestinada de la revolución los acontecimientos ruedan con mucha mayor rapidez que las ruedas de una diligencia entre Lyon y París? ¿Cómo va a pensar que desde hace dos días está encarcelado su íntimo Chaumette; que la enorme cabeza de león de Dantón fue empujada ayer mismo por Robespierre bajo la guillotina; que el mismo día, por las inmediaciones de París, vaga hambriento Condorcet, el jefe espiritual de la derecha, que al día siguiente se envenenará para evadir a la justicia? A todos los ha derribado un solo hombre, y este hombre es Robespierre, su adversario político más encarnizado. Hasta que no llega, a las ocho de la noche, a París, no se entera en toda su magnitud del peligro en que se ha metido.