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Como sagrada misión para la humanidad, experimenta la necesidad de realizar su concepción de la República, de la revolución, de la moral, y hasta de la divinidad. Esta rigidez de Robespierre constituye al mismo tiempo la belleza y la debilidad de su carácter, porque embriagado con su propia incorruptibilidad, apasionado por su dureza dogmática, considera cualquier opinión opuesta a la suya, no sólo como algo diferente, sino como una traición. Y con el puño frío de un inquisidor, empuja como a herejes a todos los que piensan de otra manera a la nueva hoguera: la guillotina. Sin duda alguna, una idea grande y pura anida en el Robespierre de 1794. Pero se anquilosa en su espíritu. Ni él crece con su idea, ni ésta germina en él (es el destino de todas las almas dogmáticas), y esta ausencia de calor comunicativo, de humanidad, priva a su obra de verdadera fuerza creadora. Su fuerza está únicamente en la rigidez, en la dureza de su poder; lo dictatorial es para él sentido y forma de su vida. La revolución va a llevar su imagen o a agrietarse hasta volverse una ruina.
Un hombre así no tolera contradicción ni opinión contraria a la suya en las cosas del espíritu No tolera a nadie a su lado y menos frente a él. Sólo soporta a los hombres si reflejan, como espejos, sus propias opiniones; si son sus esclavos espirituales como SainJust y Couthon; a los demás, los elimina sin clemencia con la terrible corrosión de su temperamento bilioso. Persiguió a los que se apartaron de su criterio, pero sobre todo -y terriblemente- a los que se opusieron a su voluntad, a los que no respetaron su infalibilidad. Y esto es lo que ha hecho Joseph Fouché. Nunca le pidió consejo, nunca se doblegó ante el amigo de otros tiempos, se sentó en los bancos de sus enemigos; transgredió con audacia los límites de un socialismo moderado y razonable señalados por Robespierre, predicando el comunismo y el ateísmo. Pero hasta ahora Robespierre no se había ocupado seriamente de él; le parecía demasiado pequeño. Este diputado no era para él más que el pequeño profesor de Seminario que conoció aún con la sotana y luego como pretendiente de su hermana; un pequeño y ruin ambicioso que traicionó a su Dios, a su novia, y a todas sus convicciones. Y lo despreciaba con todo el odio de la rigidez contra la flexibilidad, de la convicción sin reserva contra el afán de éxito; con la desconfianza de la naturaleza religiosa contra la profana.