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Casi siempre es un secreto destino el que regula las cosas visibles y públicas; casi todos los acontecimientos universales son reflejos de intemos conflictos personales. Uno de los grandes y asombrosos secretos de la Historia es producir permanentemente incalculables consecuencias con causas del tamaño de microbios, y no será ésta la última vez en que la pasajera perturbación sexual de un solo individuo ponga en agitación al mundo entero; la impotencia de Alejandro de Serbia, su suje ción sexual a su iniciadora Draga Maschin, el asesinato de ambos, el advenimiento de los Karageorgievic, la desavenencia con Austria y la guerra mundial son también una implacable y lógica sucesión de aludes. Porque la Historia teje con hilos de araña las inextricables mallas del destino; en su maravilloso mecanismo de abrir surcos, la más diminuta ruedecilla pone en movimiento fuerzas monstruosas; así también en la existencia de María Antonieta, las naderías se convierten en algo poderoso; los lances aparentemente ridículos de las primeras noches y de los primeros años de la vida conyugal dan forma no sólo al carácter de ambos esposos, sino que determinan la configura ción general del mundo.
Pero ¡qué lejos aún, en lo remoto, se amontonan estos ame nazadores nubarrones! ¡Qué alejadas están aún estas consecuencias y esta trabazón de hechos del infantil espíritu de la muchacha de quince años que bromea, sin sospecha alguna, con su camarada inepto! Con alegre y palpitante corazoncito y con sus sonrientes y curiosos ojos claros, cree ascender las gradas de un trono, cuando es un paribulo lo que se alza al término de su vital carrera. Pero aquellos destinados desde su origen a una suerte negra no reciben de los dioses ninguna indicación ni advertencia. Les dejan recorrer su camino, despreocupados y sin presentimientos, y, desde el fondo de su propia persona, su destino crece y avanza a su encuentro.
PRESENTACIÓN EN VERSALLES
Aun hoy día, Versalles actúa sobre nosotros como el símbolo más grande de la autocracia; sin ningún aparente motivo, en medio del campo, lejos de la capital, sobre una colina alzada artificialmente se levanta un palacio gigantesco, el cual, por centenares de ventanas, contempla un país despoblado por encima de los canales artificialmente construidos y de los jardines artísticamente recortados. Ningún río favorable al comercio y al tráfico atraviesa por a11í; ningún camino ni ninguna ruta concurren en aquel punto; por pura casualidad, como capricho de piedra de un gran señor, este palacio opone a los asombrados ojos su gigantesco esplendor sin sentido.
Pero justamente eso es lo que ha sido querido por la cesárea voluntad de Luis XIV: erigir un deslumbrante altar a su propia persona, a su inclinación al culto idolátrico de sí mismo.