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madame de Noailles, a quien llama burlonamente «Madame Etiqueta»; esta niña, vendida demasiado pronto a la política, quiere tener, inconscientemente, to único de que está privada en medio del fausto de su posic ión: algunos años de verdadera infancia.
Pero una princesa heredera no puede ni debe ser ya una niña; todo se une para traer a su recuerdo la obligación de mantener una inconmovible dignidad. Su alta educación compete, junto con la santurrona dama de honor, a las hijas de Luis XV tres solteronas beatas y malignas, de cuya virtud ni aun la peor lengua calumniadora osaría dudar: madame Adelaida, madame Victoria y madame Sofía; esas tres parcas se ocupan, con aparente cariño, de María Antonieta, abandonada por su esposo; en su escondida madriguera es iniciada la princesa en toda la estrategia de las pequeñas guerras de corte: debe aprender a11í el arte de la maledicencia, de la socarrona malicia, de la intriga subterránea, la técnica de los alfilerazos. Al principio, esta nue va enseñanza divierte a la inexperta María Antonieta. e, inocente. repite los bons mots cargados de especias; pero en el fondo tales malevolencias contradicen a su natural sinceridad. María Antonieta, para su daño, no ha aprendido nunca el disimulo. la ocultación de sus sentimientos de odio o de cariño, y pronto, por su instinto recto. se libera de la tutela de las tías; todo lo apicarado es opuesto a su ingenuo a indomado natural. Igual mala suerte tiene la condesa de Noailles con su discípula; sin cesar. el indisciplinable temperamento de la muchacha de quince o dieciséis años se subleva contra la mesure, contra el empleo del tiempo acompasado y siempre unido a un párrafo de reglamento. Pero nada puede ser cambiado en esto. Ella misma describe así su día: «Me levanto a las nueve y media o diez, me visto y hago mis oraciones matinales. Después me desayuno y voy a ver a las tías, donde, de ordinario, encuentro al rey. Esto dura hasta las diez y media. En seguida, a las once, voy a que me peinen. Luego llaman a toda mi casa, y todo el mundo puede entrar entonces, salvo las gentes sin calidad ni nombre. Me pongo mi colorete y me lavo las manos delante de todos los reunidos; después se retiran los hombres, quedan las damas y me visto delante de ellas. A las doce se va a la iglesia. Si el rey está en Versalles, voy con él a misa, con mi esposo y las tías. Si está ausente, voy sólo con el señor delfín, pero siempre a la misma hora. Después de misa hacemos la pública comida del mediodía, pero a la una y media está ya terminada, porque los dos comemos muy de prisa.