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Esto es, a mi parecer, lo más grato que se puede esperar de ellas, aún juzgándolas con la mayor benevolencia.
La utilidad de esta obra, que acaso será más disputada, me parece no obstante, más fácil de probar. Creo, a lo menos, que es hacer un servicio a la moral el descubrir los medios que emplean los que tienen malas costumbres para corromper a los que las tienen buenas; y pienso que estas cartas podrán contribuir eficazmente a ese objeto. También se hallará en ellas la prueba y el ejemplo de dos verdades importantes que podrían tenerse por desconocidas al ver cuan poco son practicadas: la una, que toda mujer que consiente en recibir en su sociedad a un hombre sin costumbres acaba por ser su víctima; la otra, que toda madre es cuando menos imprudente, se permite que su hija ponga en otra mujer y no en ella su confianza. Los jóvenes de ambos sexos podrán aprender también que la amistad que las personas de malas costumbres parecen acordarles tan fácilmente, es siempre un lazo peligroso, tan funesto para su dicha como para su virtud. Con todo, el abuso, que está siempre tan cerca del bien, me parece aquí demasiado temible; y, lejos de aconsejar esta lectura a la juventud, me parece muy importante alejar de ella toda las de esta clase. La época en que ésta puede cesar de serle peligroso y comenzar a serle útil, me parece ha sido muy bien entendida, en cuanto a las personas de su sexo, por una madre que no sólo tiene talento, sino buen talento: "Yo creería, me dijo después de haber leído el manuscrito de esta correspondencia, hacer un verdadero ser vicio a mi hija, dándole este libro el día de su casamiento." Si todas las madres de familia piensan de este modo, me felicitaré eternamente de esta publicación.
Pero, aun partiendo de este supuesto, favorable siempre, creo que esta colección debe agradar poco en la sociedad. Los hombres y mujeres de una conducta depravada, hallarán interés en desacreditar una obra que pueda dañarles; y como no dejan de tener destreza acaso tendrán la de poner de su parte a los hombres rígidos, asustados con la pintura de las malas costumbres que no se ha tenido miedo de presentar al público.
Los pretendidos despreocupados no se interesarán por una mujer devota, que por lo mismo mirarán como una pobre mujer, al mismo tiempo que los devotos se enfadarán de ver que la virtud sucumbe, y se quejarán de que la religión se muestra con poco poder.