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Hay además de esto otra observación que me admiro no haya hecho usted mismo, y es que nada hay tan difícil, en punto de amor, como escribir lo que se siente.
Quiero suponer que la presidenta no tiene bastante experiencia para apercibirse de ello; pero qué importa, el efecto no deja de faltar por eso.
Créame, vizconde; se le pide a usted que no vuelva a escribir, aproveche de esa prevención para reparar su falta, y espere a poder hablar.
¿Sabe usted que esa mujer es más fuerte de lo que yo creía? Su defensa es buena, y a no ser por lo largo de su carta y el pretexto que alega para entrar en materia en su frase de reconocimiento, no se hubiera descubierto de ningún modo.
Lo que también me parece que debe tranquilizarle sobre el acierto, es que usa muchas frases a la vez; preveo que las agotará en defensa de las palabras, y no le quedará fuerza para defenderse.
Devuélvole sus dos cartas, y si es usted prudente, serán las última hasta que llegue el momento feliz. Si fuese menos tarde, le hablaría de la joven Volanges, que adelanta bastante, y de quien estoy contenta. Creo que terminaré antes que usted, y debe darse por muy dichoso. Ceso por hoy.
En..., a 24 de agosto de 17...
CARTA XXXIV
EL VIZCONDE VALMONT A LA MARQUESA DE MERTEUIL
Usted habla a las mil maravillas, mi bella amiga, pero, ¿por qué se fatiga tanto en probar lo que nadie ignora? Para adelantar rápidamente en cosas de amor, vale más hablar que escribir. Al decir esto se reduce, según creo, toda su carta. Y bien, esos son los más simples elementos del arte de seducir. Noto únicamente que hace usted una sola excepción de ese principio y que hay dos. A los niños que obran así por timidez y se rinden por efecto de ignorancia, se deben juntar las mujeres sabias que por amor propio caen en lazos de la vanidad. Por ejemplo, la condesa de B... que respondió sin dificultad a mi primera carta, no estaba entonces más enamorada de mí que yo de ella y sin duda que no vio sino una ocasión de hablar de un asunto que debía hacerle honor. Un abogado diría en el caso presente que ese principio no se aplica a la cuestión.