Las amistades peligrosas (Choderlos de Laclos) Libros Clásicos

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Adiós, mi bella amiga.
En..., a 25 de agosto de 17...

CARTA XXXV
EL VIZCONDE DE VALMONT A LA PRESIDENTA DE TOURVEL
Muy señora mía: Es preciso obedecer a usted y probarle que, a pesar de la sinrazón que se complace en suponerme, me queda bastante delicadeza para no tomarme la libertad de reconvenirla y bastante valor para resistirme a los sacrificios más dolorosos. Usted me impone el silencio y el olvido; pues bien, obligaré a mi amor a que calle y olvide, si es posible, el modo cruel con que lo ha tratado. No hay duda de que el solo deseo de agradar a usted no da derecho para ello, y aun confieso que la necesidad que yo tenía de su indulgencia no era un título para lograrlo. Pero usted mira mi amor como un ultraje; olvida que si puede ser un yerro, sería usted justamente la causa de él y de su excusa. Olvida también que acostumbrado yo a descubrirle mi corazón, aun cuando esa confianza podía serme dañosa, me era imposible ocultarle los sentimientos de que estoy penetrado; y usted mira como efecto de audacia, lo que sólo ha sido efecto de mi buena fe. En premio del amor más tierno, más respetuoso y más sincero, me arroja de su presencia. Me habla, en fin, de su enojo... ¿Qué otro no se quejaría de verse tratado de este modo? Me someto y sufro todo sin murmurar; descarga usted el golpe y yo la adoro. El ascendiente inconcebible que tiene sobre mí, la hace señora absoluta de mis sentimientos, y si mi amor sólo resiste, si usted no logra destruirle, es que es obra suya y no mía.
No exijo un amor que nunca me he lisonjearlo de obtener. No espero siquiera la compasión que podría haberme hecho esperar el interés que me ha manifestado algunas veces; pero confieso que creo poder reclamar su justicia.
Veo por su carta que alguien ha intentado ponerme mal con usted.
Si hubiese escuchado los consejos de sus amigos, no me hubiera dejado acercar a su persona; éstos son sus propios términos. ¿Quiénes son, pues, esos amigos? Sin duda esos hombres tan severos, y de una virtud tan rígida, permitirán que se les nombre; sin duda no querrán ocultarse en una obscuridad que les confundiría con unos viles calumniadores, y espero que llegaré a saber sus nombres y de qué me acusan.

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