Las amistades peligrosas (Choderlos de Laclos) Libros Clásicos

Página 86 de 316

Si no cree mi amor, si duda un instante, de que reina únicamente en mi alma, si no está segura de haber fijado este corazón, hasta ahora en efecto demasiado inconstante, consiento en sufrir el castigo de este error; lloraré, mas no apelaré de él: pero si, al contrario, haciéndonos justicia a los dos, se ve forzada a convenir en que no tiene ni tendrá jamás rival para conmigo, entonces no me obligue, se lo suplico, a combatir ilusiones, y déjeme, a lo menos, el consuelo de ver que no duda de la sinceridad de un sentimiento que, en realidad, no acabará ni puede acabar sino con mi vida. Permítame, señora, que le ruegue que me responda categóricamente a este artículo de mi carta.
Si abandono, sin embargo, esta época de mi vida, que parece serme tan perjudicial para con usted, no es decir, que si fuese preciso defenderla, me faltarían las razones.
¿Qué he hecho, en suma, sino resistir al torbellino en que me había metido? Introducido y presentado en la sociedad, joven todavía, y sin experiencia; pasado, por decirlo así, de mano en mano, por una multitud de mujeres, que todas se apresuraban con su facilidad, a no dejar lugar a una reflexión, que conocían debía serles poco favorable, ¿tocaba a mí dar el ejemplo de una resistencia que no hallaba en parte alguna? ¿O debía castigarme de un momento de error, que a menudo había sido provocado, empleando una constancia inútil, y en la que no se hubiera visto sino una ridiculez? ¿Qué otro medio, sino un pronto rompimiento, puede justificar una vergonzosa elección?
Pero, puedo asegurarle que en este devaneo de mis sentidos, y tal vez en este delirio de mi vanidad, no ha tomado parte mi corazón. Nacido para amar, las intrigas amorosas podían distraerle, pero no llenarle; cercado de objetos seductores, pero despreciables, ninguno llegaba a poseer mi alma; me ofrecían placeres, y yo buscaba virtudes; yo mismo, en fin, me reputé inconstante, porque era delicado y sensible.
Sólo al ver a usted, se ha rasgado el velo que cubría mis ojos: bien pronto he reconocido que el encanto del amor dimana de las cualidades del alma; que ellas solo pueden producir su exceso y justificarle. Conocí, en fin, que me era igualmente imposible no amar a usted y poder amar a otra.
Vea, pues, señora, cuál es este corazón a quien teme usted entregarse, y de cuya suerte debe decidir; pero sea lo que fuere, la que usted le reserve, no cambiará nada dos sentimientos que le profesa.

Página 86 de 316
 


Grupo de Paginas:                 

Compartir:




Diccionario: