La peste escarlata (Jack London) Libros Clásicos

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hombre del vulgo. Nunca ha tenido educación. Tu abuelo era un Chófer, un
criado. Tu abuela era de buena cepa, eso es verdad. Era una dama. Pero ni
sus hijos ni sus nietos se le han parecido. Antes de la muerte escarlata
era la mujer de Van Warden, uno de los doce magnates de la industria que
gobernaban América. Valía más de mil millones de dólares. ¿Te das cuenta
Edwin? Más de un millón de monedas iguales a la que levas en tu bolsillo.
Luego vino la muerte escarlata, y esa mujer se convirtió en la mujer de
Bill, el Chófer. Bill tenía la costumbre de pegarle palizas. Lo vi con mis
propios ojos. Ya ves Cara de Liebre, quien fue tu abuela.
En el curso de esta discusión, Hu-Hu, perezosamente tendido en la arena,
se entretenía cavando en ella con un pie.
De repente dio un grito. Su dedo gordo había dado contra algo duro, y se
había rasguñado. Se puso en pie, examinó el agujero que había abierto.
Los otros dos muchachos se le unieron, y se pusieron a cavar rápidamente
entre los tres, apartando la arena con las manos. Aparecieron tres
esqueletos. Dos de ellos eran de adultos, y el tercero correspondía a un
adolescente.
El vejestorio se acercó de rodillas al agujero, y se inclinó sobre él.
--Son víctimas de la peste escarlata -proclamó--. Así morían, en todas
partes. Se trata sin duda de una familia que huía del contagio y que cayó
muerta aquí, en playa Cliff-House. Estos... Pero, ¿qué haces, Edwin?
Edwin, con la punta de su cuchillo de caza, había empezado a hacer saltar
los dientes de la mandíbula de uno de los esqueletos.
--¡Santo Dios! Pero ¿qué haces? Repitió el viejo, despavorido.
--Es para hacerme un collar -contestó el muchacho
Los otros dos muchachos imitaron a Edwin, raspando o golpeando con la
punta o el mango de sus cuchillos. El viejo gemía.
--sois unos salvajes, unos auténticos salvajes.

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