La peste escarlata (Jack London) Libros Clásicos

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cuarenta mil veces, se nos mostraban se nos mostraban agrandados miles y
miles de veces más. ¡tomad un grano de arena, hijitos! Partidlo en mil
trozos. Luego, romped en otros diez uno de estos; y luego uno de esos diez
en diez. Seguid así todo el día, y quizás a la puesta del sol habéis
alcanzado la pequeñez de uno de esos gérmenes.
Los muchachos parecían incrédulos. Cara de Liebre emitía resoplidos
burlones, y Hu-Hu se reía con disimulo. Edwin los hizo callar, y el viejo
continuó:
--La garrapata de los bosques chupa la sangre de los perros. Pero el
germen, gracias a su extrema pequeñez, penetra sigilosamente en la sangre
del cuerpo y se multiplica infinitamente. En el cuerpo de un solo hambre
había en aquel tiempo, mil millones de gérmenes. Mil millones... ¡Un
caparazón de cangrejo, ni más ni menos! A esos gérmenes los llamábamos
microbios. "Microbios". Muy bien. Y cuando un hombre tenía mil millones de
ellos en la sangre, se decía que estaba infectado; que estaba enfermo, si
así os gusta más. Había microbios de distintas especies. Esas especies
eran innumerables, como os granos de arena de esta playa. No las
conocíamos todas. Sabíamos muy poco de este mundo invisible. Conocíamos el
bacillus anthracis, y también el micrococcus, el bacterium termo y el
bacterium lactis. Este último, dicho sea de paso, el que sigue haciendo
cuajar la leche de cabra, permitiendo hacer queso. ¿Me sigues, Cara de
Liebre? ¿Y qué diré de los esquizomicetos, cuya familia es inacabable? Y
me dejo infinidad...
Aquí el viejo se perdió en un larga disertación acerca de los gérmenes y
su naturaleza. Empleaba palabras tan largas y frases tan complicadas que
los muchachos, mirándose los unos a los otros con una mueca, volvieron su
mirada al océano inmenso, dejando que el ex profesor Smith perorara a su
aire. Finalmente, Edwin le tiró del brazo, y le sugirió:
--¿Y la muerte roja, abuelo?

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