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No
hubo un solo caso de curación.
>>Me encontré solo en la casa, que era muy grande. Estaba esperando el
regreso de mi hermano cuando sonó el teléfono. En aquellos tiempos, como
ya os he dicho, la gente podía comunicase a distancia por medio de unos
hilos que se tendían en el aire o que corrían bajo tierra, e incluso sin
hilos. Oí la voz de mi hermano. Me decía que no volvería a casa, por miedo
a contagiarse de mí, y que había llevado a mis dos hermanas a la casa de
mi colega el profesor Bacon. Me aconsejaba que me quedara tranquilamente
en casa hasta saber si había contagiado o no la peste.
>>No le negué razón, y me quedé en casa. Como tenía hambre, intenté, por
primera vez en mi vida, cocinarme algo. La peste no se me manifestaba.
Podía hablar por teléfono con quien quisiera. También podía comunicarme
con el mundo exterior por medio de los diarios. Ordené que se me tiraran
por encima de la verja de entrada.
>>De ese modo me enteré que Nueva York y Chicago estaban sumidas en el
caos. Lo mismo ocurría con las grandes ciudades. La tercera parte de los
policías de Nueva York había ya sucumbido. Había muerto el jefe de policía
y el alcalde. Los cadáveres quedaban tendidos en la calle, allí donde
caían, y quedaban insepultos. Los trenes y los barcos que habitualmente
transportaban a las ciudades los víveres y todas las cosas necesarias para
la vida habían dejado de funcionar, y el populacho, famélico, saqueaban
las tiendas y los almacenes.
>>Reinaba en todas partes el asesinato, el robo y la borrachera. Millones
de personas habían abandonado ya Nueva York, así como las demás ciudades.
Primero se habían marchado los ricos, en sus coches, sus aviones y sus
dirigibles. Las masas les habían seguido, a pie o en vehículos de alquiler
o robados, llevando la peste a los campos, saqueando y reduciendo al