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medio de signos, que su madre, que estaba en el automóvil, no debía
enterarse. Luego se apartó de nosotros y fue a sentarse, desesperado, en
los escalones de la escalera de una magnífica casa de campo que estaba
allí. Yo iba a la retaguardia de nuestro grupo, y, con la mano, le hice el
último signo de adiós.
>>Durante aquel día, otros cinco de nuestro grupo corrieron la misma
suerte. Pero no detuvimos nuestra marcha, y, a anochecer, acampamos a
varias millas de Fruitval. Diez de los nuestros murieron esa noche, y,
cada vez, tuvimos que levantar el campamento para apartarnos de los
muertos. La mañana siguiente ya sólo éramos treinta.
>>En el curso de la primera etapa fue atacada por la peste la mujer del
decano de la facultad, que iba a pie. Su desdichado marido, viéndola
alejarse, quiso de todos modos bajarse del coche y quedarse con ella.
hicimos todo lo posible para disuadirle, pero, finalmente, tuvimos que
ceder a su voluntad.
>>La segunda noche de nuestro viaje acampamos en pleno campo. Once habían
muerto en el curso del día, y otros tres murieron durante la noche, de
modo que a la mañana siguiente solo quedábamos once. Ya que Wathrope, el
profesor de la pierna herida, había huido con el automóvil, llevándose
consigo a su madre, y casi todas nuestras provisiones.
>>Fue aquel día cuando, estaba sentado en la cuneta de la carretera para
descansar, vi el último aeroplano. El humo era en el campo mucho menos
denso, y vi que el avión parecía dar vueltas sin rumbo por el cielo,
completamente desamparado, a una altitud de doscientos pies. ¿Qué le había
ocurrido? No sabría decirlo. Al cabo de unos momentos comenzó a descender
aceleradamente. Luego, el depósito de gasolina del avión estalló, y el
avión, tras vacilar todavía unos momentos sobre sus alas, cayó
perpendicularmente al suelo, como un bloque de plomo.
>>Desde aquel día, no he vuelto a ver ningún aeroplano.