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alejó de mí. Corrí tras él, me aferré a sus manos y volví a sollozar.
Ante aquel recuerdo la vos del anciano pareció quebrarse, y corrieron
lágrimas por sus mejillas. Mientras los muchachos lo observaban, entre
risitas, él prosiguió:
--Deseaba estrecharlo entre mis brazos, cubrirlo de besos. Y él no quería
nada de eso. Era un bruto, un perfecto bruto. Era el tipo más antipático
que uno puede imaginarse. Se llamaba... ¿Cómo diablos se llamaba? No me
acuerdo de su verdadero nombre. Pero le llamaba el Chófer. Era el nombre
de su antigua profesión, y lo había conservado. Y por eso la tribu que
fundó se llama la tribu de los Chóferes.
>>Era un mal sujeto, violento e injusto. Jamás he comprendido porque la
peste escarlata le perdonó. Viéndole, parecía como si, a pesar de nuestras
risibles lecciones de filosofía, no hubiera justicia en el universo. Ahora
que no podía ya hablar de automóviles, motores y combustibles era incapaz
de decir nada, salvo jactarse de las jugarretas indignas de que había
hecho víctima a sus antiguos patronos y contaba cómo les robaba y
engañaba. En ese tema sus reservar eran inagotables, y se vanagloriaba de
sus maldades. Y, sin embargo, se había salvado, mientras millones de miles
de millones de hombres mejores que él habían muerto.
>>Le seguí hasta su campamento. Allí conocí a su mujer.
>>¡Y aquello si que era asombroso y penoso! Reconocí a la mujer. Era Vesta
Van Warden, que había sido la mujer del banquero Jhon Van Warden. Sí, era
ella misma, vestida de harapos y cubierta de cicatrices, con las manos
encallecidas y deformadas por los trabajos más duros, la que estaba
inclinada sobre el fuego del campamento y cocía la comida con un simple
pinche de cocina. ¿Vesta Van Warden, nacida entre la pompa y la opulencia
del más poderoso Barón de las finanzas que el mundo conociera?
>>Su padre, Philip Saxon, había sido hasta su muerte presidente de los