Página 31 de 158
la ley antigua y fundamental de la monarquía que prohibía manchar la
sangre real con ninguna alianza extranjera, se casó con la hija del rey
vencido. Tuvo de ella un hijo llamado Atahualpa (5), a quien legó el reino
de Quito a su muerte, acaecida hacia el año 1525, dejando sus demás
estados a otro hijo suyo llamado Huáscar, cuya madre era de sangre real.
Por grande que fuese el respeto que tuviesen los peruanos a la memoria de
un monarca que había reinado con más gloria que ninguno de sus
predecesores, sus disposiciones relativas a la sucesión de la corona
excitaron en Cuzco un descontento general, porque estaban en contradicción
con una costumbre tan antigua como la monarquía, y fundada sobre una
autoridad mirada como sagrada. Alentado Huáscar por la opinión de sus
súbditos, quiso obligar a su hermano a que renunciase al reino de Quito, y
a que le reconociese por su soberano; pero lo primero que había procurado
Atahualpa había [58] sido ganarse la voluntad de un gran cuerpo de tropas
que acompañara a su padre a Quito. Componíase de la flor de los guerreros
peruanos, y Huana Capac les debía todas sus victorias. Fuerte con
semejante apoyo, Atahualpa eludió primero la pretensión de su hermano,
marchando luego después contra él con un ejército formidable.
«No era difícil preveer en tal situación lo que acontecer debía:
Atahualpa quedó vencedor y abusó cruelmente de su victoria. Convencido él
mismo de la poca validez de sus derechos a la corona, propúsose extinguir
la raza real, haciendo perecer a todos los hijos del sol que cayesen en
sus manos. Conservó sin embargo la vida a su infortunado rival: Huáscar,
hecho prisionero en la batalla que había decidido de la suerte del
imperio, fue perdonado por un motivo de política, a fin de que Atahualpa,
mandando en nombre de su hermano, pudiese establecer más fácilmente su
gobierno.»
La autoridad del usurpador parecía entonces sólidamente establecida;
pero su trono se hallaba cercado todavía de peligros. El partido que
sostenía a Huáscar, a pesar de los descalabros sufridos, no estaba ni
subyugado, ni completamente abatido, y era de presumir que empezara pronto
una nueva lucha en favor del soberano legítimo. [59]