Historia de la Conquista del Perú y de Pizarro (Henri Lebrún) Libros Clásicos

Página 33 de 158

¿Debían
considerarlos como seres celestiales o como formidables enemigos? [61] ¿no
era más prudente conciliarse su amistad con la sumisión, que aumentar su
enojo con la resistencia? Tales eran las dudas que venían a disipar las
palabras conciliadoras de Pizarro, y desvanecido todo recelo se permitió a
los extranjeros que marchasen hacia Caxamalca.
Antes de llegar allí tuvieron los españoles que arrostrar todavía
crueles sufrimientos: fue preciso atravesar un desierto estéril que se
extiende entre San Miguel y Motapé, en un espacio de unas veinte y siete
leguas, compuesto de llanuras arenosas, sin bosques ni agua. Los
abrasadores rayos del sol hacían la travesía sumamente penosa, y el menor
esfuerzo de los naturales hubiera podido ser fatal a la hueste de Pizarro.
En seguida tuvieron que pasar por un desfiladero tan estrecho e
inaccesible, que hubieran bastado unos pocos hombres para defenderlo
contra un ejército numeroso. La imprudente credulidad de los peruanos no
les permitió aprovecharse de estas ventajas, y Pizarro entró
tranquilamente en Caxamalca el 25 de noviembre de 1532. Inmediatamente
tomó posesión de un gran patio que fortificó para ponerse a cubierto de un
golpe de mano; y sabiendo que Atahualpa celebraba una gran fiesta en su
campamento a una legua de la ciudad, mandó allí a su hermano Fernando y
Fernando de Soto. Llevaban el encargo de confirmar las seguridades [62]
dadas por Pizarro acerca de sus intenciones pacíficas y pedir para su jefe
una entrevista con el inca, a fin de explicarle las intenciones que habían
movido a los españoles a venir a su país. Engañado Atahualpa por estas
protestas, recibió a los enviados con respeto y amistad, y les hizo
comprender que iría él mismo al día siguiente a visitar al caudillo
extranjero. El porte noble del monarca, el orden que reinaba en su corte,
el respeto con que se acercaban sus súbditos a su persona y ejecutaban sus
órdenes, admiraron a los españoles. Mas sus codiciosas miradas fijáronse
principalmente en las inmensas riquezas con profusión amontonadas en el
campo. Los adornos que llevaban sobre sus personas el inca y los nobles de
su séquito, los vasos de oro y plata en que fue servida la comida, la
multitud de utensilios de todas clases fabricados con aquellos preciosos

Página 33 de 158
 

Paginas:
Grupo de Paginas:           

Compartir:




Diccionario: