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del camino por donde debían pasar los españoles, y cayendo de repente
sobre la retaguardia, mató diez y siete hombres e hizo ocho prisioneros;
después de lo cual marchó en retirada, burlando la vigilancia y actividad
de Pizarro. Afortunadamente para los prisioneros había entre ellos dos de
los oficiales que habían intentado salvar a Atahualpa, y por respeto a
ellos Quizquiz no sólo perdonó la vida a los cautivos, sino que los mandó
poner en libertad.
Después de muchos combates, en que obtuvo siempre la ventaja, Pizarro
entró en Cuzco, y los tesoros que allí encontró, resto de lo que los
habitantes habían sacado u ocultado, excedieron en valor al rescate de
Atahualpa. Herrera dice, que separado el quinto perteneciente al rey,
quedaron para repartirse 1.920,000 pesos de oro; y sin embargo los
soldados no quedaban todavía satisfechos, a pesar de haber recibido cada
uno de ellos cuatro mil pesos.
En esto murió el hijo de Atahualpa sin que [81] Pizarro pensase en
darle sucesor. Mango Capac le inspiraba poco cuidado, por lo que dejó que
fuese reconocido como soberano legítimo por toda la nación.
Mientras que las tropas de Pizarro estaban de esta suerte ocupadas,
el bravo y emprendedor Benalcázar suportaba con disgusto la inacción a que
estaba condenado; así pues aprovechose de la llegada a San Miguel de
algunas tropas de refresco para satisfacer sus instintos aventureros.
Después de haber dejado suficientes fuerzas para la seguridad del
fuerte confiado a su custodia se puso al frente de las tropas que quedaban
disponibles, y que consistían, según Herrera, en ciento cuarenta hombres,
contando peones y caballos, y en doscientos, según Zárate, entre ellos
ochenta jinetes. Su intención era someter a Quito, donde según se decía
había reunido Atahualpa todos sus tesoros. Ni la distancia a que se
hallaba aquella ciudad, ni las dificultades del camino a través de las
montañas, ni los esfuerzos de Ruminiani, nada bastó a enfriar el ardor de
Benalcázar y de sus compañeros: triunfaron en muchos encuentros de sus
enemigos, y Ruminiani, obligado a abandonar a Quito, tuvo que refugiarse
en las montañas. Los vencedores sin embargo no sacaron de la toma de la
ciudad las ganancias que se prometieran, porque en su fuga los habitantes