Página 16 de 244
Montó en su corcel negro y volvió grupas hacia las puertas de la ciudad.
Atravesó las puertas y desembocó en el pantano, iluminado por la luna. Oyó las primeras notas lejanas del mistral, sintió su frío aliento en la mejilla, vio la superficie de las lagunas rizarse y a las cañas ejecutar una danza febril, anticipando la furia plena del viento, que llegaría días más tarde.
Dejó que el caballo escogiera su camino, pues conocía el pantano mejor que él. En el ínterin, escudriñó la bruma y miró a uno y otro lado; buscaba un fantasma.
2. Encuentro en el pantano
Leves sonidos de origen animal recorrían el pantano: gritos, ladridos, toses, ululatos. A veces, un animal de cierto tamaño surgía de las tinieblas y pasaba corriendo frente a Hawkmoon. En otras, se escuchaban chapoteos en alguna laguna cercana, cuando un búho piscívoro se lanzaba sobre su presa. Sin embargo, el duque de Colonia no divisó ninguna figura humana (fantasmal o viva), a pesar de que se iba adentrando en la oscuridad cada vez más.
Dorian Hawkmoon estaba confuso. Se sentía amargado. Había aspirado a una vida campestre y tranquila. Los únicos problemas que había previsto eran los derivados de criar ganado y plantar cosechas, y de educar a sus hijos.
Y ahora, había aparecido este maldito misterio. Ni siquiera una amenaza de guerra le habría turbado tanto. La guerra, dejando aparte la librada contra el Imperio Oscuro, era limpia comparado con esto. Si hubiera visto en el cielo los ornitópteros de Granbretán, si hubiera visto a lo lejos los ejércitos del Imperio Oscuro, con sus máscaras de animales, grotescos carruajes y toda su parafernalia peculiar, habría sabido qué hacer. Y si el Bastón Rúnico le hubiera llamado, habría sabido qué responder.
Pero esto era insidioso. ¿Cómo iba a combatir contra rumores, contra fantasmas, contra viejos amigos que le daban la espalda?
El corcel continuó internándose por los senderos del pantano, pero no había señales de que nadie lo habitara. Hawkmoon empezó a notar el cansancio, pues se había levantado mucho más temprano de lo habitual para preparar los festejos. Tuvo la sospecha de que allí no había nada, de que todo eran imaginaciones de Czernik y los demás. Sonrió para sí. Había sido un idiota por tomarse en serio las incoherencias de un borracho.
Y, por supuesto, fue en aquel momento cuando se le apareció. Estaba sentado a lomos de un caballo castaño sin cuernos y el caballo iba adornando con un dosel de seda bermeja. La armadura, de pesado latón, brillaba a la luz de la luna: casco de latón bruñido, muy sencillo y práctico, peto y guanteletes de latón bruñido.