Crónicas del castillo de Brass (Michael Moorcock) Libros Clásicos

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La figura iba cubierta de latón de pies a cabeza. Los guantes y las botas eran de piel, recubierta de eslabones de latón. El cinturón consistía en una cadena de latón, que se abrochaba mediante una gruesa hebilla de latón. El cinturón sujetaba una vaina de latón. La vaina contenía algo que no era de latón, sino de excelente acero: una enorme espada. Y el rostro inconfundible: los ojos castaño claro, penetrantes y severos, el grueso bigote rojo, las cejas rojas, la piel bronceada.

No había error posible.

-¡Conde Brass! jadeó Hawkmoon.

Cerró la boca y examinó la figura, porque había visto al conde Brass muerto en el campo de batalla.

Existía algo diferente en este hombre y Hawkmoon no tardó ni un segundo en comprender que Czernik había dicho la verdad literal, cuando afirmó que se trataba del mismo conde Brass a cuyo lado había combatido en la travesía del Dnieper. Este conde Brass era al menos veinte años más joven que aquel a quien Hawkmoon había conocido cuando visitó la Karmag siete u ocho años antes.

Los ojos centellearon y la gran cabeza, que parecía de metal, giró levemente, de modo que sus ojos se clavaron en los de Hawkmoon.

-Sois vos -dijo la profunda voz del conde Brass-. ¿Mi némesis?

-¿Némesis? -Hawkmoon lanzó una áspera carcajada-. ¡Pensaba que vos erais la mía, conde Brass !

-Estoy confuso.

La voz era la del conde Brass, sin lugar a dudas, pero como escuchada en un sueño. Y los ojos del conde Brass no enfocaban con su antigua y familiar claridad a los de Hawkmoon.

-¿Qué sois? -preguntó Hawkmoon-. ¿Qué os trae a la Karmag?

-Mi muerte. Estoy muerto, ¿verdad?

-El conde Brass que yo conocí está muerto. Murió en Londra hace más de cinco años. He oído que me acusan de esa muerte.

-¿Sois aquel al que llaman Hawkmoon de Colonia?

-Soy Dorian Hawkmoon, duque de Colonia, en efecto.

-En ese caso, tal parece que debo mataros -dijo el conde Brass, algo vacilante.

Aunque la cabeza le daba vueltas, Hawkmoon se dio cuenta de que el conde Brass (o lo que fuere este ente) tenía tan poca seguridad en este momento como Hawkmoon. De entrada, si bien Hawkmoon había reconocido al conde Brass, este hombre no había reconocido a Hawkmoon.

-¿Por qué debéis matarme? ¿Quién os dijo que me mataráis?

-El oráculo. Aunque ahora estoy muerto, puedo vivir de nuevo, pero si vivo de nuevo he de hacer lo posible por no perecer en la batalla de Londra. Por lo tanto, debo matar al que me conducirá a esa batalla y me traicionará.

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