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-He visto a ese tipo que se hace llamar conde Brass -dijo Hawkmoon al capitán Vedla.
-¿Le matasteis, mi señor?
Hawkmoon meneó la cabeza.
-Sospecho que se trata de un comediante que se parece mucho al conde Brass, pero estoy seguro de que no es el conde Brass, vivo o muerto. De entrada, es demasiado joven, y no tiene muy bien aprendido su papel. No sabe el nombre de su hija. No sabe nada de la Karmag. De todos modos, no creo que ese tipo abrigue malas intenciones. Puede que esté loco, pero lo más probable es que le hayan convencido mediante hipnotismo de que es el conde Brass. Algunos elementos del Imperio Oscuro, imagino, que quieren desacreditarme y vengarse al mismo tiempo.
Vedla pareció tranquilizarse.
-Al menos, podré contar algo a los chismosos -dijo-, pero este individuo debe de parecerse mucho al conde Brass, si logró engañar a Czernik.
-Sí, en todo: expresiones, gestos, etcétera. De todos modos, su comportamiento es un poco vago, como si existiera en un sueño. Eso me ha hecho pensar que no actúa con malicia, sino manipulado por alguien.
Hawkmoon se levantó.
-¿Dónde está ahora ese impostor? -preguntó Yisselda.
-Desapareció en el pantano. Le seguí, a demasiada velocidad, y tuve el accidente. -Hawkmoon lanzó una carcajada-. Estaba tan preocupado que, por un momento, pensé que había desaparecido... ¡como un fantasma!
Yisselda sonrió.
-Utiliza mi caballo -dijo-. Yo cabalgaré sobre tu regazo, como he hecho tantas veces.
Y el pequeño grupo, de mucho mejor humor, regresó al castillo de Brass.
A la mañana siguiente, la historia del encuentro entre Dorian Hawkmoon y el «comediante» se había esparcido por toda la ciudad, así como entre los embajadores alojados en el castillo. Se había convertido en un chiste. A todo el mundo le tranquilizó poder reír, mencionar el incidente sin peligro de ofender a Hawkmoon. Y las fiestas prosiguieron, animándose a medida que el viento aumentaba de fuerza. Hawkmoon, ahora que ya no temía por su honor, decidió hacer esperar al falso conde Brass uno o dos días, y se sumergió de pleno en la alegría general.
Pero una mañana, a la hora de desayunar, mientras Hawkmoon y sus invitados decidían los planes del día, el joven Lonson de Shkarlan bajó con una carta en la mano. La carta llevaba muchos sellos y su aspecto era impresionante.
-La he recibido hoy, mi señor-dijo Lonson-. Llegó en ornitóptero desde Londra. Es de la propia reina.
-Noticias de Londra. Espléndido.
Hawkmoon aceptó la carta y procedió a romper los sellos.
-Ahora, príncipe Lonson, sentaos y desayunad mientras leo.