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La voz de Oladahn.
Y Hawkmoon supo que se trataba de una pesadilla, estuviera despierto o dormido. Constituía la experiencia más penosa de su vida ver a aquellos que tanto se parecían a sus amigos muertos, caminando y charlando como habían caminado y charlado juntos cinco años antes. Hawkmoon habría dado la vida por recuperarles, pero sabía que era imposible. Ninguna droga podía resucitar a alguien que, como Oladahn de las Montañas Búlgaras, había sido despedazado, y sus pedazos diseminados. Y ninguno mostraba señales de haber sido herido.
-Voy a coger una pulmonía, no me cabe duda, y tal vez muera por segunda vez.
Era D´Averc, siempre preocupado por su salud, más robusto que nadie. ¿Eran de verdad fantasmas?
-Me pregunto qué nos ha reunido de nuevo -musitó Bowgentle-. Y en un mundo tan sombrío y desolado. Creo que nos encontramos en una ocasión, conde Brass... En Rouen, ¿no es cierto? En la corte de Hanal el Blanco.
-Me parece que sí.
-Por lo visto, este duque de Colonia es peor que Hanal, en cuanto a derramar sangre indiscriminadamente. Lo único que tenemos en común, a mi entender, es que todos moriremos a sus manos si no le matamos antes. Aun así, me cuesta creer...
-Como ya os he dicho, insinuó que éramos víctimas de un complot -dijo el conde Brass-. Tal vez sea cierto.
-Somos víctimas de algo, no cabe duda dijo D´Averc, y se sonó delicadamente con su pañuelo de encaje-, pero convengo en que lo mejor sería discutir el asunto con nuestro asesino antes de acabar con él. Si le matamos y no ocurre nada, nos quedaremos en este desagradable y siniestro lugar durante toda la eternidad..., con él de compañía, porque también estará muerto.
-¿Cuáles fueron las circunstancias de vuestra muerte? -preguntó Oladahn, como sin darle importancia al tema.
-Fue una muerte sórdida; una mezcla de gula y celos. La gula fue mía. Los celos, de otro.
-Nos habéis dejado intrigados -rió Bowgentle.
-Una de mis amantes estaba casada, por esas cosas de la vida, con otro caballero. Era una espléndida cocinera; dominaba una increíble variedad de recetas, amigos míos, tanto en la cocina como en la cama, ya me entendéis. Bien, yo estaba pasando una semana con ella, mientras su marido se encontraba en la corte. Esto ocurrió en Hanoveria, donde me tenían ocupado ciertos negocios. La semana resultó espléndida, pero llegó a su fin, porque su marido iba a regresar aquella noche. Para consolarme, mi amante preparó una cena espléndida. ¡Un éxito! Jamás había cocinado mejor. Hubo caracoles, sopas, gulashes, aves con salsas exquisitas y soufflés... Bien, observo que os incomodo y os ruego me disculpéis.