Crónicas del castillo de Brass (Michael Moorcock) Libros Clásicos

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Libro segundo

Viejos enemigos

1. La pirámide parlante

El corazón de Hawkmoon sangraba cuando salió del castillo de Brass por tercera vez. El placer que sentía por ver de nuevo a sus amigos se mezclaba con el dolor de saber que, en cierto sentido, eran fantasmas. Les había visto muertos a todos. Estos hombres eran unos extraños. Mientras él recordaba conversaciones, aventuras y acontecimientos que habían compartido, ellos no sabían nada de ello; ni siquiera se conocían entre sí. Además, planeaba sobre la situación la certeza de que morirían, en el futuro correspondiente a cada uno, y que esta reunión tal vez durase escasas horas, hasta que fueran arrebatados por aquel o aquello que les estuviera manipulando. Incluso era posible que cuando llegara a las ruinas ya se hubieran marchado.

Por eso había contado muy poco de lo ocurrido a Yisselda, comunicándole simplemente que debía marcharse en busca de lo que le amenazaba. Había confiado el resto a la carta, con el fin de que, si no regresaba, su mujer se enterara de lo que él sabía hasta este momento. No había mencionado a Bowgentle, D´Averc y Oladahn, y dejaba clara en la misiva su creencia de que consideraba al conde Brass un impostor.
No quería que Yisselda compartiera el peso que abrumaba sus hombros.

Faltaban varias horas para el amancecer cuando llegó por fin a la colina, donde le esperaban los cuatro hombres. Llegó a las ruinas y desmontó. Los cuatro surgieron de las tinieblas y Hawkmoon creyó por un instante que se encontraba en un submundo, en compañía de los muertos, pero desechó de inmediato tal pensamiento.

-Conde Brass, algo me conturba dijo.

El conde inclinó la cabeza.

-¿Y qué es?

-Cuando nos separamos, después de nuestro primer encuentro, os dije que el Imperio Oscuro había sido destruido. Vos afirmásteis lo contrario. Eso me asombró tanto que intenté seguiros, pero caí en el pantano. ¿Qué queríais decir? ¿Sabéis más de lo que me dijisteis?

-Os dije toda la verdad. El Imperio Oscuro se extiende por doquier y su fuerza aumenta día a día.

Entonces, Hawkmoon comprendió y lanzó una carcajada.

-¿En qué año tuvo lugar la batalla a la que os referísteis, en Tarkia?

-Este año, claro. El sexagésimo séptimo Año del Toro.

-No, os equivocáis dijo Bowgentle-. Estamos en el octagésimo Año de la Rata...

-El decimonoveno Año de la Rana -dijo D´Averc.

-El septuagésimo quinto Año del Macho Cabrío -corrigió Oladahn.

-Todos os equivocáis -dijo Hawkmoon-. Este año, el año en el que nos encontramos ahora mismo, sobre esta loma, es el octagésimo noveno Año de la Rata.

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