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Como arquitecto, puse mi arte, inmensamente ambicioso y muy bien pagado, al servicio de un principito que no tardó en ser destronado. Su sucesor no dio muestras de apreciar mi trabajo; además, le había insultado a menudo. Como pintor, me decanté por mecenas propensos a morir antes de empezar a apoyarme en serio. Por eso abracé la carrera diplomática, para aprender más sobre política antes de volver a mis antiguas profesiones. En realidad, creo que aún no he aprendido lo suficiente...
-Tal vez por eso prefiráis escucharos a vos mismo -dijo Oladahn-. ¿No sería mejor partir en busca de esa pirámide, caballeros? -Acomodó el carcaj sobre la espalda y colgó el arco de su hombro-. Al fin y al cabo, no sabemos cuanto tiempo nos queda.
-Tenéis razón -dijo Hawkmoon-. Cuando llegue la aurora, es posible que os desvanezcáis. Me gustaría saber por qué los días transcurren con plena normalidad para mí, mientras para vosotros sólo existe una noche eterna.
Volvió hacia su caballo y montó. Llevaba alforjas llenas de comida, y dos lanzas flamígeras sujetas a la parte trasera de la silla de montar. El alto caballo con cuernos que montaba era el mejor corcel de los establos que albergaba el castillo de Brass. Se llamaba Tizón, porque sus ojos refulgían como el fuego.
Los demás también montaron en sus caballos. El conde Brass señaló hacia el sur.
-Allí empieza un mar infernal. Imposible de atravesar, según me han dicho. Hemos de ir hacia su orilla, donde veremos al oráculo.
-Ese mar es aquel en el que desemboca el Ródano -dijo Hawkmoon-. Algunos lo llaman el Mar Medio.
El conde Brass lanzó una carcajada.
-Up mar que he cruzado cientos de veces. Espero que estéis en lo cierto, amigo Hawkmoon..., y así lo sospecho. ¡Oh, ardo en deseos de cruzar las espadas con los que nos han engañado!
-Confiemos en que nos concedas esa oportunidad -replicó D´Averc-. Porque tengo el presentimiento (y no sé juzgar a los hombres tan bien como vos, conde Brass) de que tendremos pocas oportunidades de batirnos en duelo con nuestros enemigos. Sus armas deben de ser un poco más sofisticadas.
Hawkmoon señaló las lanzas que llevaba sujetas a la silla de montar.
-He traído dos lanzas flamígeras, preveyendo la situación.
-Bueno, las lanzas flamígeras son mejor que nada -dijo D´Averc, sin abandonar su tono de escepticismo.
-Nunca me han gustado las armas embrujadas comentó Oladahn, mientras dirigía una mirada suspicaz a las lanzas-. Son propensas a desencadenar fuerzas incontrolables contra aquellos que las empuñan.
-Sois supersticioso, Oladahn. Las lanzas flamígeras no son producto de la brujería sobrenatural, sino de la ciencia que floreció antes del Milenio Trágico -repuso Bowgentle.