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Era la segunda vez que un señor del Imperio Oscuro le robaba un amigo, y le dolió más esta segunda pérdida que la primera, cuando había estado más preparado para ella. Tomó la determinación de buscar a Kalan y destruirle.
Cuando desembarcaron en el muelle blanco de Behruk, los cuatro tomaron menos precauciones para ocultar su identidad. Los pueblos que habitaban la costa del Mar de Arabia conocían su leyenda, pero no así su fisonomía. No por ello perdieron el tiempo, y se encaminaron directamente a la plaza del mercado, donde compraron cuatro robustos camellos para su expedición al interior.
Tardaron cuatro días en acostumbrarse a cabalgar sobre aquellos animales oscilantes, y en desaparecer sus dolores. En esos cuatro días llegaron al borde del desierto de Syrania, siguiendo el curso del Eufrates, que serpenteaba entre grandes dunas, mientras Hawkmoon echaba frecuentes vistazos al mapa y suspiraba porque Oladahn, el Oladahn que había combatido a su lado en Soryandum contra D´Averc, cuando aún eran enemigos, estuviera a su lado para ayudarle a recordar la ruta.
El gigantesco sol incandescente había convertido la armadura del conde Brass en un espejo dorado. Deslumbraba los ojos de sus compañeros tanto como la pirámide de Kalan de Vitall. Y la armadura de acero de Dorian Hawkmoon brillaba, en contraste, como la plata. Bowgentle y Huillam D´Averc, que no llevaban armadura, comentaron con
acritud este efecto, si bien se detenían cuando era evidente que sus compañeros sufrían más los efectos del sol por culpa de la armadura y, cuando se aproximaban al río o a charcas, llenaban cascos con agua y los vertían por el cuello de sus petos.
El quinto día atravesaron el río y se internaron en el desierto. Arena amarilla se extendía en todas direcciones. En ocasiones, cuando una débil brisa soplaba, se ondulaba y les recordaba, de forma intolerable, el agua que habían dejado atrás.
El sexto día cabalgaron inclinados sobre los pomos de sus sillas de montar, agotados, los ojos vidriosos y los labios agrietados, pues racionaban el agua porque no sabían cuándo encontrarían la siguiente charca.
El séptimo día, Bowgentle cayó de la silla y quedó tendido sobre la arena. Les costó casi la mitad del agua que quedaba revivirle. Después de la caída buscaron la escasa sombra de una duna y permanecieron bajo su protección toda la noche, hasta que a la mañana siguiente Hawkmoon se puso en pie con un gran esfuerzo y anunció que pensaba continuar solo.
-¿Solo? ¿Por qué?
El conde Brass se levantó. Las correas de su armadura chirriaron.
-¿Por qué razón, duque de Colonia?
-Iré a explorar mientras vosotros descansáis. Juraría que Soryandum está cerca.