Crónicas del castillo de Brass (Michael Moorcock) Libros Clásicos

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Caminaré en círculos hasta que la encuentre..., o encuentre el lugar donde estaba. Además, allí tiene que haber agua.

-Me parece muy sensato -dijo el conde Brass-. Y cuando os canséis, uno de nosotros os relevará, y así sucesivamente. ¿Estáis seguro de que nos encontramos cerca de Soryandum?

-Sí. Buscaré las colinas que indican el final del desierto. Tienen que estar cerca. Si estas dunas no fueran tan altas, estoy seguro de que las veríamos.

-Muy bien -dijo el conde Brass-. Esperaremos.

Hawkmoon obligó a su camello a levantarse y se alejó.

Pero no fue hasta el atardecer cuando coronó la vigésima duna del día y divisó por fin las verdes laderas de las montañas a cuyo pie había estado Soryandum.

No vio la ciudad en ruinas del pueblo fantasma. Había señalado su ruta en el mapa con todo cuidado y volvió sobre sus pasos.

Casi había llegado al punto donde esperaban sus amigos cuando volvió a ver la pirámide. Se reprochó haberse dejado las lanzas flamígeras; no estaba seguro de que sus amigos supieran manejarlas, ni de si se tomarían la molestia, visto lo ocurrido con Oladahn.

Desmontó del camello y avanzó con el mayor sigilo posible. Desenvainó la espada automáticamente.

Escuchó las palabras de la pirámide. Trataba de convencer una vez más a sus tres amigos de que le mataran cuando volviera.

-Es vuestro enemigo. No sé lo que os habrá dicho, pero juro que os conducirá a la muerte. Huillam D´Averc, sois amigo de Granbretán; Hawkmoon os pondrá en contra del Imperio Oscuro. Y vos, Bowgentle, odiáis la violencia; Hawkmoon os convertirá en un hombre violento. Y a vos, conde Brass, que siempre habéis observado neutralidad hacia los asuntos de Granbretán, os conducirá a luchar contra la fuerza que consideráis un factor de unión en el futuro de Europa. Y, además de obligaros mediante añagazas a luchar contra vuestros propios intereses, moriréis. Matad a Hawkmoon ahora y...

-¡Matadme, pues! -Hawkmoon se puso en pie, harto de las intrigas de Kalan-. Matadme vos mismo, Kalan. ¿Por qué no lo hacéis?

La pirámide continuó flotando sobre las cabezas de los tres hombres, mientras Hawkmoon la observaba desde su duna.

-¿Por qué matarme ahora cambiará lo sucedido antes, Kalan? ¡O vuestra lógica es muy mala, o no nos habéis contado todo!

-Y encima, sois de lo más aburrido -dijo Huillam D´Averc. Sacó su espada de la vaina-. Y estoy muy sediento y aburrido, barón Kalan. ¡Creo que mediré mis fuerzas contigo, porque no hay mucho más que hacer en este desierto!

De repente, se lanzó hacia adelante y hundió una y otra vez su espada en el blanco material de la pirámide.

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