Crónicas del castillo de Brass (Michael Moorcock) Libros Clásicos

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-Aún es posible que disfrutéis de ese placer-dijo Hawkmoon, con siniestra ironía.

La poderosa bestia metálica apareció sobre la colina más cercana y se detuvo cuando percibió su olor, o tal vez cuando oyó los latidos de sus corazones.

Bowgentle se colocó detrás de sus amigos, pues carecía de lanza flamígera.

-Estoy un poco harto de morir-sonrió-. ¿Es ése el sino de los muertos? ¿Morir una y otra vez, gracias a incontables reencarnaciones? Se me antoja una broma muy pesada.

-¡Ahora! exclamó Hawkmoon, y apretó el botón de su lanza flamígera.

El conde Brass le imitó en el mismo instante.

Haces rubíes se estrellaron contra la bestia, que rugió. Sus escamas brillaron y se pusieron al rojo vivo en ciertos puntos, pero el calor no pareció afectar a la bestia. Las lanzas flamígeras no servían de nada. Hawkmoon meneó la cabeza y tiró su arma. El conde Brass hizo lo mismo. Era estúpido desperdiciar la energía de las lanzas.

-Sólo hay una forma de acabar con ese monstruo -dijo el conde Brass.

-¿Cuál?

-Tirarla a un pozo.

-Pero no tenemos ningún pozo a mano -indicó Bowgentle, mientras lanzaba nerviosas miradas a la bestia, cada vez más próxima.

-O un precipicio -insistió el conde Brass-, si pudiéramos lograr que cayera por un precipicio...

-No hay ningún precipicio en las cercanías -dijo con paciencia Bowgentle.

-En ese caso, supongo que pereceremos -dijo el conde Brass, con un encogimiento de hombros.

Entonces, antes de que los otros dos adivinaran sus intenciones, desenvainó su enorme espada y se abalanzó hacia la bestia metálica con un salvaje grito de guerra, como un hombre metálico que atacara a una bestia metálica. El monstruo rugió. Se detuvo, posó sus cuartos traseros sobre el suelo y agitó sus garras al azar, que hendieron el aire.

El conde Brass esquivó las garras y lanzó un mandoble al pecho del ser. La espada rebotó en las escamas. El conde Brass dio un salto hacia atrás, alejándose de las traidoras garras, y dirigió su espada contra la enorme muñeca del monstruo.

Hawkmoon acudió en su ayuda y atacó una pata de la bestia con su espada. Y Bowgentle, a quien la bestia mecánica había hecho olvidar cuánto le desagradaba matar, intentó hundir la espada en la cara del monstruo, pero sus fauces metálicas se cerraron sobre el arma y se la arrebataron.

-Retroceded, Bowgentle -dijo Hawkmoon-. Ya no podéis hacer nada.

La cabeza de la bestia se giró al oír su voz y las garras azotaron el aire. Hawkmoon, al intentar esquivarlas, tropezó y cayó.

El conde Brass cargó de nuevo, y su rugido casi emuló al de su adversario.

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