Página 8 de 282
-Amante miserable tal vez, esposo falso acaso, pero también un semental de mucha altura. ¿Tan impenetrable es el encierro de los templos que no os llega este tipo de noticias? Si tu castidad no tuviese que lamentarlo después, te contaría en qué trances ponían a Antonio los excesos de la carne. ¡Con decirte que cree descender del propio Hércules y estar además apadrinado por Baco! En confianza: si con tal combinación de furia y salvajismo no ha llenado de hijos todos los gineceos del Imperio, las mujeres del siglo debieran avergonzarse, pues ya no saben parir como sus madres.
Al inclinar todo su cuerpo hacia adelante, en busca de mayor confianza, se encontró con una mueca de rechazo.
-Sin duda te burlas de mi sagrado ministerio, ya que invocas a dioses extranjeros. Has de saber que abomino de ellos y detesto al amante romano de la reina. A cuanto representa y a todos aquellos que lo comparten.
Y cuando en un movimiento demasiado brusco mostró uno de sus brazos, vio Epistemo que estaba afeitado al igual que la cabeza. Así pudo saber que se encontraba ante un miembro de la sagrada orden de Isis, pues sus acólitos son los más obcecados enemigos de la impureza del vello, que tanto ofende a la gran madre; y, a fin de sentirse limpios y así hacerse gratos a sus ojos, deben afeitarse todo el cuerpo dos veces por semana, lo cual suele ser objeto de burla por parte de los blasfemos y de los viajeros que llegan de Roma.
Procedía el mancebo de un iseion del Alto Nilo, según contó con gran brevedad y ahorro de palabras, pues era de natural austero. También dijo llamarse Totmés, en honor al dios Tot. Entonces el servidor de Epistemo le trató de anticuado, pues los mozos a la moda prefieren llamarse Hermes, derivación griega de aquel nombre que en el pasado ostentó el dios con cabeza de ibis, patrón de la sabiduría. Y aunque Episteino quiso añadir frivolidad a la grosería de su servidor, se encontró con el abierto rechazo de Totmés. Se resistía a cualquier otro comentario referente a su persona y sólo parecían interesarle los campesinos de la orilla y los sucesos que se desarrollaban en el camarote de la reina.
-¡Tantas promesas de amor de boca de un romano, sólo podían acabar en luto! -siguió diciendo Epistemo.
-¿De qué sirve hablar de Antonio y de su boca si todo queda reducido hoy a un abandono y pronto, muy pronto será olvido? Es lo único que entiendo de esta historia y de cuantas giran en torno al desamor. Sé que a la postre todos somos olvido colocado