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Esto quise decir, sin ir más allá ni buscar ofensa.
Pero había pulsado una cuerda más delicada todavía en el corazón del sacerdote. Y éste perdió por primera vez el control de sí mismo al exclamar:
-¿Cuál es tu juego? Y antes que nada, dime: ¿desde qué situación, con qué poder te dispones a jugarlo?
-Mi juego puede ser salvaje porque deduzco el tuyo. Adivino hasta dónde puede llegar la hipocresía de los servidores de los dioses.
-No he de hacerte caso. Estás borracho.
Y el servidor parecía confirmarlo. Pues dejó de lado el recipiente del vino y en adelante se consagró a sostener a su señor.
-Cuantos hombres se acercan a Cleopatra huelen de manera especial -gritaba Epistemo-. Tu piel despide su aroma. ¿Por qué te sonrojas, cerdo? ¿Es porque te estoy recordando cosas que tu uniforme sagrado no te permite aventurar siquiera?
Totmés intentó escapar al interrogatorio. Apartándose de Epistemo se confundió entre los malabaristas que, junto al baldaquín, esperaban todavía la aparición de la reina. Pero fue en vano. Su contrincante -que no otra cosa era ya Epistemo- le alcanzó junto a la escotilla y, agarrándole por la muñeca, le apartó de todas las miradas.
-¿Eres un sacerdote o un vulgar prostituido?
La voz de Totmés fue ahora la de un pobre suplicante. Apenas un gemido de agonía.
-¡Déjame! Si éste es tu juego, me humilla.
-¿También tú has servido de consuelo a Cleopatra? Tu cuerpo está muy lejos de parecerse al de Antonio y mucho menos al de un Hércules. Pero es un cuerpecillo delicioso. Podría ser el de un niño. Podría ser el del hijo de la sacra Isis. También yo conozco a mis dioses, Totmés; no es necesario encerrarse en un templo toda la vida. Así, exactamente igual que tú se nos presenta el hijo de Isis: con su cabecita afeitada, su cuerpo ligeramente musculado, su piel limpia y casta, y el pubis sin una sombra de vello... ¡Apuesto a que Cleopatra cabe apreciar un pubis afeitado en honor de la diosa a quien representa!
Las manos de Epistemo se habían convertido en garras que mantenían a Totmés fuertemente aferrado. Y para su desesperación, acariciaba cada uno de los miembros que iba invocando en su delirio.
-Eres hermoso, Totmés, y tu cabeza es lisa y suave como la del niño divino. ¿Te sentó Cleopatra en su regazo, como hace Isis con su hijo? ¿Te desnudó con sus propias manos
o te desnudaron las esclavas? Estoy seguro de que lo hizo ella misma. Es experta como amante y como madre. Sólo me queda saber qué placer puede preferir en una noche de luto.