No me digas que fue un sueño (Terenci Moix) Libros Clásicos

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Y los sostuvo Dictias, como si fuesen dos frutos dorados de los que crecen en los jardines elíseos, tan hechos a la medida del amor y tan poco propicios al tacto que se convierten
en polvo si los dioses los tocan demasiado tiempo.
-¿Sigue siendo hermoso mi cuerpo, Dictias?
-Tu cuerpo es como un sagrario que sólo la diosa podría abrir. Déjame adorarlo,
Cleopatra. Déjame adorarlo.
Llevó la mejilla hasta el vientre de la reina y en él permaneció unos instantes que fueron a diluirse entre las altas columnas, donde está inscrito el relato de los amores de la diosa.
-Sé que pagaré con más dolor este supremo instante de belleza -susurró Dictias.
-Quiero que me sean comunicados todos los misterios del amor que no conocí. Y que sus goces ocupen el lugar que un día fue de Antonio. Borra su recuerdo con tu piel en mi piel. Bórralo con tus labios en los míos.
El recinto se llenó de dulzura. La sublime Hator parecía patrocinar aquella entrega. Rompía las tinieblas un rayo de la luna que la diosa ostenta entre los cuernos cuando se aparece en forma de vaca. Rompían el silencio los armoniosos sones del sistro que su sagrado hijo lleva en las manos para solaz de quienes se aman en la música. Y el mundo intentó renacer en plena noche, porque todos los animales del zodíaco querían proteger el retorno de Cleopatra a sus orígenes.
De repente, la gran sacerdotisa se incorporó dando un salto de felino. Y aunque la reina intentó atraerla, fue en vano.
-¡Basta En este acto hay demasiadas sombras malignas. Tu deseo es una mortaja. Quédate con ella y déjame en paz.
-Por segunda vez fracasa mi deseo. Oh dioses. El amante que se lo llevó consigo ya no responde a mis llamadas. Dime, Dictias, dime. ¿Soy demasiado vieja para el deseo?
-¡Serpiente! ¿Esto preguntas, cuando sabes que tus poderes están intactos...? Cuando sabes que se abalanzan sobre mí y me encadenan, ¿preguntas eso todavía?
-Dicen que la mujer que ha parido no vuelve a ser la misma. Se ensanchan sus caderas, cuelgan los pechos como ubres y se agrietan los pezones como tierras donde hace siglos que no cayó la lluvia. ¿Así se ha vuelto el cuerpo de Cleopatra, que antes consiguió a cuantos quiso?
-Reina mía. No hay en este templo doncella que iguale tu lisura. Ni la más joven de las vírgenes ni la más virginal entre las niñas. Tus labios son como los senos de un dios recién nacido...
-Mis labios están resecos, Dictias. Fue su sequedad lo que hastió a Antonio y le apartó de mi lado.

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