No me digas que fue un sueño (Terenci Moix) Libros Clásicos

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-Cierto. Vuelve el pudor y el miedo de la niña. Ah, sí. La niña que fui entre esos
muros. Deja ya de idealizar mi cuerpo núbil y recuerda mis gritos de terror. Tuve en este templo mi educación de príncipe. Mis amantes romanos se reían cuando les decía que se me concede este tratamiento. Príncipe fui, que no princesa; del mismo modo que soy rey, no soberana. ¡El último soberano de la estirpe de Alejandro! ¿Habría temblado él, en esta oscuridad? La leyenda de su valor guiaba mi aprendizaje de la valentía. Me entrenaba enfrentándome a los vientos. Al pasar sus aullidos a través de las ventanillas de la sala sagrada, al deslizarse entre las altas columnas, era como si todos los muertos del pasado viniesen a amenazarme en mi retiro. Esa niña que fue Cleopatra tuvo que crecer combatiendo el miedo. Y tan experta llegó a ser en el combate y obtuvo tantas victorias sobre sí misma, que ni siquiera tembló ante el gran Julio. Yo entré en Roma presidiendo un triunfo que no precisó de guerra alguna. Fui coronela de un ejército que arrasó el foro sin disparar una sola flecha. Y fue aquí, en esta estancia, donde busqué mis fuerzas. Aquí, combatiendo a los espectros que el viento me llevaba cada noche. Una vez conseguí triunfar, supe que jamás volvería a rendirme. Y sin embargo hoy he vuelto a sentir miedo. Pero no me has protegido contra él como hiciste en otros tiempos. No me has inspirado la seguridad que comunicaste a mi niñez cuando llegabas entre las columnas, tocada con las sacras insignias, fingiéndote la encarnación de la gran diosa. Hoy he visto que no puedes curar mis terrores, porque sólo eres una pobre mujer, tan indefensa como aquella niña.
-Ya ves que el amor que puedo comunicarte es como el de los demás. Sólo agonía. Pero no volverás a conocerla. Si la niña que fue Cleopatra pudo vencer al terror en este templo, la mujer que hay en ti ha de ser guardiana de todos los terrores. Recuerda que así llama la plebe a la gran esfinge. Ella es mil años más vieja que nosotros, y todavía se mantiene en pie. Tu fuerza ha de ser digna de la suya. Velarás esta noche en el altar de Hator, y antes de que salga el sol te será revelado el gran misterio que sólo los iniciados pueden conocer.
-¿Dónde estarás tú, Dictias?
-No volverás a ver a la mujer. Cuando nos encontremos, después de tu reposo, seré la voz de Hator. Y el martillo de su ira, si se tercia.
¿Fue un milagro inesperado lo que le devolvió su dignidad perdida? ¿Fue acaso la altivez desesperada de un excelente perdedor? En cualquier caso, todo su cuerpo iba enderezándose hasta adquirir una realeza que Cleopatra envidió.

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