No me digas que fue un sueño (Terenci Moix) Libros Clásicos

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A Cesaríón -insistió Epistemo-. Sé que todavía no os conocéis. Pero no ignoro que mañana te reunirás con él en un lugar secreto de la necrópolis de Tebas. Ni siquiera a ti te está permitido saber más detalles. Lo importante es el encuentro en sí mismo. Pues te otorga la más alta responsabilidad que pudiera tener cualquier joven egipcio en la hora presente. ¡La majestad de Cleopatra pone en tus manos el deber de preparar para el futuro la majestad de Cesarión!
El sacerdote observó a su alrededor, en actitud de extremado sigilo, cual si temiese la presencia de una caterva de espías. Pero la terraza estaba desierta y el fulgor de la luna continuaba siendo tan intenso que no permitía escondite alguno.
-No temas por tu secreto, Totmés. Nunca fue tal... aunque tú lo llevases como un voto sagrado. Era un secreto proclamado a voces por todos los templos de Egipto. El nombre del elegido era pronunciado con envidia en las oscuras estancias de los novicios, con admiración en las aulas donde imparten sus lecciones los filósofos de segunda categoría, con suspicacia en los recónditos laboratorios que utilizan los sumos sacerdotes para amafiar los embustes de sus teologías... Ya ves que ni siquiera fue un secreto bien guardado. Mucho menos para quienes tenemos a nuestro cargo la industria de la intriga y el propio quehacer de los secretos del gobierno.
Y en todo ello se encierra una elevada dosis de exageración. Pues yo no seré el único preceptor al servicio del príncipe. Es bien sabido.
-Cierto que nunca hubo tantos para un solo niño. Los más excelentes cerebros están al cuidado del suyo. Los cuerpos más vigorosos le entrenan a diario para comunicarle toda la belleza, toda la armonía física de un dios sobre la tierra. Vive rodeado de matemáticos y astrónomos, filósofos y literatos, maestros de equitación y lanzadores de jabalina...
-Ya ves entonces cuán limitada es mi función.
-¿Me corresponde a mí recordarte lo contrario? Tendré que tratarte de embustero. Pues aunque tiene muchos preceptores yo te digo que sólo habrá un guardián de su cerebro. O de su alma, si atendemos a la estéril dualidad tan debatida por nuestros pensadores, en las academias de Alejandría...
-Ahora entiendo que debo marcharme. Porque entre todos, sólo tú has alcanzado a
adivinar la gravedad de mi empeño.
-Rechazas, pues, la confidencia...
-Huyo de los ardides de la política. Todavía no estoy en la corte y ya me acorralan.
Una vez más -una de tantas a lo largo del día- intentó escapar a la presencia de Epistemo. Encaminó sus pasos hacia la escalera que le devolvería al gran patio.

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