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constitución que les proporciona tan injustos privilegios, ya amontonen
sus riquezas a costa de los particulares, ya a expensas del público. No es
más difícil comprender la influencia que pueden ejercer los honores y cómo
pueden ser causa de revueltas. Se hace uno revolucionario cuando se ve
privado personalmente de todas aquellas distinciones de que se colma a los
demás. Igual injusticia tiene lugar cuando, sin guardar la debida
proporción, unos son honrados y otros envilecidos, porque, a decir verdad,
sólo hay justicia cuando la repartición del poder está en relación con el
mérito particular de cada uno.
La superioridad es igualmente un origen de discordias civiles en el
seno del Estado o del gobierno mismo, cuando hay una influencia
preponderante, sea de un solo individuo, sea de muchos, porque,
ordinariamente, da origen a una monarquía o a una dinastía oligárquica. Y
así, en algunos Estados se ha inventado contra estas grandes fortunas
políticas el medio del ostracismo, de que se ha hecho uso en Argos y en
Atenas. Pero vale más prevenir desde su origen las superioridades de este
género que curarlas con semejantes remedios, después de haberlas dejado
producirse.
El miedo causa sediciones cuando los culpables se rebelan por temor
al castigo, o cuando, previendo un atentado, los ciudadanos se sublevan
antes de ser ellos víctimas de él. De esta manera, en Rodas los
principales ciudadanos se insurreccionaron contra el pueblo para
sustraerse a los fallos que se habían dictado contra ellos.
El desprecio también da origen a sediciones y a empresas
revolucionarias; en la oligarquía, cuando la mayoría excluida de todos los
cargos públicos reconoce la superioridad de sus propias fuerzas; y en la
democracia, cuando los ricos se sublevan a causa del desdén que les
inspiran los tumultos populares y la anarquía. En Tebas, después del
combate de los enófitos, fue derrocado el gobierno democrático porque su
administración era detestable; en Megara la demagogia fue vencida por su
misma anarquía y sus desórdenes.