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Desde cualquier punto de vista el collar era completamente inadecuado para Dorothea, lo cual hizo que Celia se sintiera más feliz de aceptarlo. Se encontraba abriendo unas cajitas que descubrieron un hermoso anillo con una esmeralda y brillantes cuando el sol, saliendo de una nube, arrojó un destello sobre la mesa.
-¡Qué preciosas son estas joyas! -dijo Dorothea, sacudida por una nueva corriente de sentimiento tan repentina como el destello-. Es curioso la intensidad con que los colores le penetran a uno, como el olor. Supongo que esa será la razón de que en la Revelación de San Juan se utilicen las joyas como emblemas espirituales. Parecen retazos de cielo. Creo que esta esmeralda es la más bonita de todas.
-Y hay una pulsera a juego -dijo Celia-. No nos habíamos fijado en ella.
-Son muy bonitas -dijo Dorothea, poniéndose el anillo y el brazalete en la muñeca y el dedo bien torneados y levantándolos hacia la ventana a la altura de sus ojos. Durante todo este tiempo su mente intentaba justificar el placer que sentía ante los colores por vía de mezclarlos con su gozo místico-religioso.
-Dorothea, esas sí que te gustarían -dijo Celia con cierta vacilación. Empezaba a pensar, con sorpresa, que su hermana mostraba alguna debilidad y también que las esmeraldas irían mejor con el color de su propia tez que las amatistas malvas-. Si no quieres nada más, tienes que quedarte al menos con el anillo y la pulsera. Pero mira, estas ágatas son muy bonitas... y discretas.
-¡Sí! Me quedaré éstas, el anillo y la pulsera -dijo Dorothea, añadiendo en tono diferente mientras dejaba caer la mano sobre la mesa-. Y sin embargo, ¡qué pobres hombres encuentran estas cosas, las trabajan y las venden! -hizo una nueva pausa y Celia creyó que su hermana iba a renunciar a las joyas, como debería hacer para ser coherente.
-Sí, sí, me quedaré éstas -dijo Dorothea con firmeza-. Pero llévate las demás, y también el joyero.
Cogió el lápiz sin quitarse las joyas, que continuó mirando. Pensó en tenerlas a menudo junto a ella para saciarse la vista con estas fuentecillas de nítido color.
-¿Las llevarás en público? -preguntó Celia, que observaba con verdadera expectación lo que haría su hermana. Dorothea le dirigió una rápida mirada. De cuando en cuando, un incisivo juicio no carente de mordacidad se filtraba por entre la fantasía de adornos con que dotaba a quienes quería.