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Los que estaban excluidos del gobierno se agitaban
hasta conseguir el goce simultáneo del poder, primero, para el padre y el
primogénito de los hermanos y, después, hasta para los hermanos más
jóvenes. En algunos Estados la ley prohíbe al padre y a los hijos ser al
mismo tiempo magistrados; en otros se prohíbe también serlo a dos
hermanos, uno más joven y otro de más edad. En Marsella la oligarquía se
hizo más republicana; en Istros, concluyó por convertirse en democracia;
en Heraclea, el cuerpo de los oligarcas se extendió hasta tal punto, que
se componía de seiscientos miembros. En Cnido la revolución nació de una
sedición provocada por los mismos ricos en su propio seno, porque el poder
no salía de algunos ciudadanos, y porque el padre, como acabo de decir, no
podía ser juez al mismo tiempo que su hijo, y de los hermanos sólo el
mayor podía ocupar los puestos públicos. El pueblo, aprovechándose de la
discordia de los ricos y escogiendo un jefe entre ellos, supo apoderarse
bien pronto del poder, quedando victorioso, porque la discordia hace
siempre débil al partido en que se introduce. En Eritrea, bajo la antigua
oligarquía de los Basílides, a pesar de la exquisita solicitud de los
jefes del gobierno, cuya falta única consistía en ser pocos, el pueblo,
indignado con la servidumbre, echó abajo la oligarquía.
Entre las causas de revolución que las oligarquías abrigan en su seno
debe contarse el carácter turbulento de los oligarcas, que se hacen
demagogos, porque la oligarquía tiene también sus demagogos, que pueden
serlo de dos maneras. En primer lugar, el demagogo puede encontrarse entre
los oligarcas mismos, por poco numerosos que sean; y así, en Atenas,
Caricles fue un verdadero demagogo entre los Treinta, y Frínico hizo el
mismo papel entre los Cuatrocientos. O también pueden los miembros de la
oligarquía hacerse jefes de las clases inferiores, como en Larisa, donde
los guardadores de la ciudad se hicieron los aduladores del pueblo, que